Capítulo 9

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Pensándolo bien, abrirle la puerta a ese sentimiento había permitido la entrada a un dolor inexplicable. Ahora era completamente vulnerable. Estaba a su merced como nunca antes lo había estado.

¿Por qué tiene que ser así? ¿Por qué tengo que vivir con esta agonía que se dedica a consumir mis energías?

Deseaba que lo dejara en paz, estaba claro que no podía vivir con eso. Era estúpido, irracional. La euforia se había desvanecido con la misma velocidad con la que había llegado. Le carcomía el pensamiento. No era más que simple bagaje emocional que solo le causaría más problemas. No quería esto. No necesitaba nada de esto.

Regresar. Regresar. Regresar.

El cerebro no tiene un botón de reiniciar o borrar. Lo perseguía como lobo hambriento. Era molesto. Se sentía agotado gracias al constante recordatorio de tener que suprimir esos sentimientos. Reacciona. Sabes que eso no está bien. Tú sabes que no estás bien.

Aléjate de mí.

Sudor atravesó su frente, bajando por su cara hasta que terminó estrellándose sobre el cuaderno en dónde escribía. El frenético movimiento del lápiz provocó que el grafito se difuminara al pasar rápidamente el dorso de la mano. ¿Cómo se suponía que viera a Carlos a los ojos después de esto? Necesitaba aclarar su mente antes de volverse a encontrar con su mejor amigo.

Tenía que esperar. No podía ver a Carlos así. No ahora.

Por otro lado, Carlos solo suspiró, sintiéndose incómodo de un momento a otro. Se reprochaba mentalmente, sabía que no era correcto depender de la presencia de Rafael; después de todo, solo habían pasado poco más de tres días. Odiaba el hecho de que los estuviera contando.

Tanteó la superficie de la mesita de noche al lado de su cama, encontrando su celular poco después. Lo atrajo a su pecho presionando el botón inferior, tocando la parte superior de la pantalla hasta que una voz automatizada le anunció la hora.

—«Son las dieciséis horas con diecinueve minutos.»

La simplicidad de ese mensaje era un indicador seguro de que se sumaría un día más, lo que daba un total de cuatro días sin Rafael. Era extraño. Aún más extraño era el hecho de que estaba recordando los colores, pocos, pero él reconocía que si no fuera por su atención dispersa habrían terminado de repasar el arcoíris desde hace semanas.

Un sentimiento de culpa le inundó la base del estómago, después de todo, Rafael se había tomado la molestia de pedir prestados todos esos libros en la biblioteca. Carlos no tenía que ser vidente para darse cuenta de los bultos extra sobre el escritorio de su mejor amigo. Él solo sonrió, recordando la voz de Rafael al tratar de leer las terminologías más complicadas. Era realmente un personaje.

Se revolcó sobre las sábanas de su deshecha cama, sin poder encontrar una posición cómoda en la cual permanecer; hacía tiempo que no había experimentado esa sensación, estaba solo, por más que le doliera admitirlo, al menos por estos días, había estado solo, y la peor parte era que sus propios pensamientos no lo dejaban en paz. A pesar del constante intercambio de llamadas y mensajes entre él y Rafael, no bastaba para calmar la inconformidad en su conciencia, la cual no se cansaba de repetirle que solo era cuestión de tiempo para que su mejor amigo también se alejara de él.

«No lo puedo culpar» se dijo Carlos, porque, según él, era cansado estar cuidando de alguien todo el tiempo. «Rafael necesita vivir en paz sin estarse preocupando de que no me tropiece con una piedra».

Con Oídos para Ver y Ojos para EscucharDonde viven las historias. Descúbrelo ahora