Capítulo 12

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†⁂†

          Mudarse de regreso a la mansión fue un trabajo de corto tiempo. No tenían grandes posesiones, así que todo quedó a cargo de Evans y el alemán. Integra aún se encontraba frunciendo el ceño cada vez que sus pensamientos viajaban hacia él; aparte de ser más sociable —si es que podía llamársele socializar al simple hecho de responder las preguntas que se le dirigían— no vislumbraba cambios abruptos en su personalidad, aunque sospechaba que ahora solía encontrárselo más... de hecho, de alguna manera se las arreglaba para estar presente en los momentos y lugares más aleatorios: cuando ella tomaba té o cuando salía a fumar al patio. Un poco como solía hacer el vampiro.

Sacudió la cabeza ante el recuerdo intruso una vez más. Pensar en Alucard seguía siendo doloroso.

Y hablando del diablo, una cabeza con cabello claro apareció en la puerta de la biblioteca y ella casi sonrió con ironía mientras pasaba las hojas ásperas de un libro al azar. El hombre se detuvo a mirarla unos segundos, como si esperara que ella levantara la cabeza, frunciera el ceño y lo echara del lugar; podía sentir su mirada insegura sobre ella, pero lo ignoró. Pasado el momento, sintió los pasos pesados avanzar, pasar por un costado y detenerse frente al librero mientras ojeaba los títulos. Entonces quería leer... gracioso, pensó, sin levantar los ojos de su lectura. Simplemente lo dejaría ser.

Por el rabillo del ojo lo vio sacando un libro del estante. Sonrió disimuladamente al reconocer el título: Cuentos de Hadas, un libro que Seras había encajado allí como "lectura entretenida". Se preguntó qué haría él a continuación, pero solo se quedó de pie, pasando las páginas y leyendo en silencio, aparentemente. Integra levantó una ceja y volvió a su texto, tratando de concentrarse en los párrafos, pero la curiosidad estaba tirando tercamente de su atención, llevando sus ojos de hito en hito a regresar a su compañero de habitación, deseosa de saber qué hacía exactamente. No podía estar leyendo así sin más, ¿verdad? El flequillo plateado le caía sobre la frente y sombreaba los ojos enfocados en las letras; lo vio reclinarse con cuidado mientras pasaba otra hoja. Integra resopló internamente, perdiendo la batalla contra su propia curiosidad. Cerró el libro que sostenía sobre las rodillas y lo miró abiertamente.

Carraspeó.

—Hay algo que necesito preguntarte.

El alemán levantó la cabeza de inmediato para girarse a verla, ofreciéndole toda su atención. Casi como un niño curioso...Integra negó el pensamiento y en vez de ello soltó la pregunta que llevaba días dándole vueltas en la cabeza.

—¿Cómo te llamas?

Lo vio darle una mirada confundida, como si nunca hubiera considerado esa pregunta. Y quizás jamás lo hubiera hecho, a juzgar por sus, er, afiliaciones anteriores. Se aclaró la garganta cuando él no contestó de inmediato.

—Quiero decir, supongo que tienes un nombre, ¿no? No puedes ser "el alemán" por siempre.

—Capitán.

Fue el turno de Integra de mirarlo sin entender.

—Así me llamaron ellos.

La mujer bufó, sin alegría.

—Pregunté por tu maldito nombre, no por el apodo que el Mayor haya escogido para ti. ¿No tenías uno antes de...? —se detuvo, frunciendo el ceño, pensativa—. No sé, antes de todo esto, antes de que te convirtieras en lo que eres ahora.

El hombre parpadeó, creyó reconocer un breve atisbo de asombro pasando por sus iris claros mientras la miraba. Luego giró el rostro y su perfil cincelado se destacó imperturbable. El silencio se extendió durante unos segundos mientras ella esperaba.

El lobo de lady HellsingDonde viven las historias. Descúbrelo ahora