Capítulo 9

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El aroma a café recién servido guió a Seras hacia la cocina. No es como si ella pudiera disfrutarlo, pero Pip insistía en beberlo aún cuando no lo necesitaba y eso la había vuelto prácticamente una adicta a la bebida oscura. El mayordomo tarareaba una canción desconocida mientras colocaba otra taza sobre la mesa, alisando las arrugas del mantel color mantequilla. Sonrió al verla entrar.

—Ha madrugado hoy, señorita.

Seras miró al hombre mayor a través de la leve cortina de vapor que su taza desprendía e hizo un mohín infantil.; sus ojos vagaron entonces hasta la silla vacía en la cabecera de la mesa. Adelantándose a su pregunta no formulada, Evans alejó la taza de sus labios para responder.

—La señorita Integra salió temprano hoy. Dijo que volvería a mediodía.

La chica frunció el ceño. No le agradaba que su jefa saliera sola; si bien la situación de alerta era mínima, casi inexistente en la ciudad, no significaba que no se preocupara por su líder. Integra Hellsing era su responsabilidad, y la única persona cercana que le quedaba; no podía permitir que algo malo le sucediera. Y hablando de ello, sus pensamientos giraron con rapidez hacia otro individuo.

—¿Dónde está el lobo? —el tono de alerta en la voz no pasó desapercibido para el mayordomo. Sin inmutarse, indicó la ventana que daba al patio.

—Ha estado entrenando, o algo así, desde que me levanté esta mañana.

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Incapaz de saborear el té que la monarca tan amablemente le ofreciera, Integra esperó impaciente la continuación de la conversación. Le hizo una visita necesitaba un consejo. Ahora que Walter no estaba necesitaba de una voz de experiencia que la guiara de vez en cuando, y la reina tenía bastante.

La anciana dejó la taza sobre el delicado platillo de loza y la miró.

—Dime, Integra, ¿qué era Alucard para ti?

—Una eficiente y letal arma de servicio, Majestad.

Sonrió, y las comisuras de sus labios se curvaron con picardía: ¿Solo eso? —Integra carraspeó, la sonrisa de la mujer creció unos milímetros—. Y el lobo, ¿qué es?

Los ojos azules demostraron extrañeza. Integra abrió la boca para responder, pero la cerró al instante, insegura. Frunció el ceño.

—Supongo que también es un arma excelente —admitió.

—¿Pero? Por tu expresión, imagino que debe haber un pero.

—Aún no confío completamente en él.

Un suspiro cansado abandonó los labios de la reina mientras recargaba sus viejos huesos en el respaldo de la silla. Observó a la joven sentada con la espalda recta en la silla próxima, haciendo un esfuerzo por no echar mano a la caja de cigarrillos que seguramente llevaba en la chaqueta. Aunque era una experta en guardar la compostura, Integra Hellsing se notaba ansiosa.

—¿Qué necesitas para confiar en él?

—Saber la razón de que esté conmigo. Con nosotros —rectificó, mordiéndose la mejilla por el error. La anciana le concedió otra de sus sonrisas de abuela sabia, sonrisas que comenzaban a incomodarle porque generalmente iban acompañadas con algún consejo o comentario personal que ella preferiría no abordar.

—¿Sabías los motivos que Alucard tenía para permanecer a tu lado?

Por segunda vez, Integra se encontró sin respuestas. Podría haber argumentado que era por los sellos de Abraham, pero sabía con certeza que estos no limitaban al vampiro, no eran más que una medida para ayudarlo a controlar su propio poder. El pacto entre el pilar de la familia y el conde también le surgió en la cabeza, pero conocía a Alucard lo suficiente como para saber que el vampiro no aceptaría órdenes por un simple pacto con humanos. Había algo más, algo que Integra creyó reconocer —o al menos dar con la idea— con los años de convivencia mutua. Alucard estaba ahí porque quería. Lo veía como su hogar, la respetaba por la persona que era y no por su apellido, y había llegado a verla como su igual, en palabras del propio vampiro.

El lobo de lady HellsingDonde viven las historias. Descúbrelo ahora