Capítulo 8

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—Si Evans, estoy bien. ¿Puedes venir a buscarnos? Gracias.

Integra cerró el móvil y dejó salir un suspiro cansado. Habían caminado por la carretera alrededor de un kilómetro desde donde su automóvil perdiera el control y ahora estaban sentados en un antiguo paradero de locomoción colectiva. Ciertamente no había imaginado un día así cuando se levantó.

A su lado, el alemán sujetaba con firmeza la destartalada caja con las compras, con la mirada fija en un aparente punto en medio del camino. Integra sintió ganas de reírse, ¿a pesar de todo lo ocurrido él aún no dejaba esa tonta caja de comida? Movió la cabeza, se pasó la mano por el cabello desordenado y se reclinó contra la pared del costado, dispuesta a esperar a su mayordomo.

Sin embargo, sus ojos vagaron sin querer de vuelta al hombre silencioso, como si algo magnético la atrajese a observarlo.

Günsche estaba sumido en sus deducciones cuando sintió la mirada sobre él. Sabía que los profundos ojos azules le observaban sin tregua, fijos, escrutadores. Tragó saliva de forma inconsciente y aferró su caja más cerca.

A pesar de su apariencia inmutable no estaba tranquilo. Esa cosa de allá atrás no era un simple perro vagabundo que se cruzara en la carretera, sino algo más. Algo que él creía reconocer vagamente. El olor era familiar, demasiado para su gusto. Lo familiar no era bueno tratándose de él.

Pero cuando los engranajes de su cerebro comenzaban a dar intrincados giros deductivos y él fruncía el ceño tratando de hallar pistas tras las sombras del misterio, la mirada curiosa de Integra Hellsing lo distrajo. Demasiado aguda, persistente, como si la rubia quisiera ver algo más dentro de él, algún detalle que se le escapaba. Como si quisiera vislumbrar a la bestia que escondía en su interior.

El hombre se sintió estremecer.

La bestia también, pero por razones diferentes.

Ella tenía la capacidad de revolverle las entrañas de una manera casi aterrorizante, y eso le intrigaba. Cuando lo miraba, sentía que había más que simple curiosidad tras sus ojos. Quería conocerlo por completo. Y eso era apabullante. Nunca nadie le había mirado así.

Las personas –y eso incluía a vampiros, ghouls y demás experimentos subordinados del Mayor Montana- siempre guardaban su distancia. No osaban mirarle por más de un minuto sin apartar los ojos lejos, ocultando el escalofrío de nerviosismo. Hasta Rip, a quién él había llegado a querer y cuya compañía era la única que anhelaba, lo miraba de una manera "normal". Algo cariñosa algunas veces, traviesa la mayoría. Pero jamás con esa aura de querer saberlo todo.

El soldado se sentía extraño.

El lobo, por otra parte, estaba extasiado. Anhelaba conocer a la mujer tanto como ella quería saber sobre él.

Quería salir y tocarla. Olfatearla, lamerla, degustarla; impregnarse en su olor. Quería morderla y oírla gemir cuando sus dientes tocaran su carne bronceada, quería...

—Hey, vas a romper lo poco que queda de esa caja si continúas apretándola así.

Apartó los pensamientos de manera brusca cuando la voz de la mujer rompió el silencio entre ambos. Sus ojos bajaron en la dirección que ella mencionara. Efectivamente, sus dedos estaban estrujando las orillas del cartón, cuyas esquinas ya cedían a la fuerte presión.

Los apartó de inmediato, mirándose las manos tensas con consternación. Luego giró a mirarla.

El estómago de Integra se encogió, el corazón le saltó a la garganta y todo su cuerpo estalló en modo alerta. Durante cinco segundos sus instintos gritaron peligro; durante cinco segundos los ojos brillantes y poderosos del hombre ante ella la asustaron como dos focos potentes a un cervatillo y ella llevó su mano a la espalda, sus dedos rozaron la culata fría del arma que poco podría hacer para protegerla. Durante esos cinco malditos segundos volvió a sentirse como una presa ante el depredador.

El lobo de lady HellsingDonde viven las historias. Descúbrelo ahora