Capítulo 4

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Los días se arrastraron lentos entre el miedo, la incertidumbre y las esperanzas de lo que quedó de la población londinense.

La capital se levantó otra vez, poco a poco, sacudiéndose el polvo que se adhería con maña a sus costados; sobándose las rodillas raspadas y ofreciendo de nuevo el rostro al sol. Los ataques de los vampiro nazis y las fuerzas católicas dejaron manchas, ruinas y vacíos; pero no lograron su cometido: Londres se irguió otra vez como si todo por lo que acababa de pasar no hubiera sido sino un mal sueño.

Integra contempló el escenario desde lo alto, mientras la draculina sobrevolaba con ella cargada sobre su espalda camino a la residencia real.

Contraria a cualquier suposición lógica, la vieja monarca no había abandonado su ciudad y en vez de eso se radicó en las afueras, montando todo un sistema de monitoreo en su casa de campo, convirtiéndola en una especie de centro de comunicaciones en tiempos de guerra.

La en un entonces gloriosa Mesa Redonda se vio reducida a dos integrantes: Sir Hugh Island y Sir Walsh. Ambos ignoraban si su compañera más joven podía contarse entre los supervivientes o si habría sucumbido a la ola devastadora. Las esperanzas disminuían con la desaparición del as de Hellsing, ¿cómo podría sobrevivir el ama sin el monstruo que la protegía?

Seras divisó la casa real a kilómetros de distancia y apresuró el vuelo, descendiendo antes de llegar al lugar para evitar malas impresiones.

—Todo parece estar muy bien custodiado —comentó la chica al observar parejas de soldados apostados en todos los lugares de guardia, con el semblante estoico y las armas preparadas para lo que sea.

—Estamos hablando de la reina —Integra se dirigió hacia una de las parejas que cuidaban la entrada, hablando con voz fuerte y clara—. Soy Sir Integra Hellsing, líder de la Organización Hellsing. He venido a ver a la Reina.

Un hombre corpulento y de barba castaña negó con la cabeza, argumentando que era imposible cederles el paso y pidiéndoles que se retiraran del recinto. Integra frunció el ceño con amargura.

 —¿Es que acaso no me oyó, soldado? Es de suma importancia que me encuentre ahora con su Majestad. Ve y dile que la Organización Hellsing está en la puerta.

Quizá fuera por el tono de mando de su voz, o por la dureza de esos ojos azules, o derechamente porque esas dos mujeres parecían ser una dupla de temer; lo cierto es que el musculoso soldado miró a su compañero y le hizo una señal afirmativa con la cabeza. Este asintió y corrió por el patio en dirección a la puerta principal.

Integra movió su pie impaciente mientras el soldado regresaba con noticias desde la casona. No los culpaba por no creerle, pero de todas formas, ¿cómo podían haber creído que la Organización, su Organización, se había desmembrado por completo? Porque era eso lo que el barbón le había insinuado con aquellas miradas quisquillosas y los murmullos entre los demás soldados.

De hito en hito, alguno de los cinco hombres armados echaba una mirada sobre ellas y comentaba susurrando con su compañero. ¿No que Sir Hellsing era un hombre? ¿Quién era la draculina que la acompañaba? ¿Qué había pasado con el arma secreta de la Organización? Habían escuchado que se trataba de un poderoso vampiro, no de una chica. Y lo demás... ¿por qué aparecía ahora y no antes? ¿Dónde había estado todo ese tiempo?

Seras frunció el ceño ante las incógnitas que los hombres se comentaban, pero en ese instante el soldado llegó con las órdenes de la reina y ambas mujeres fueron llevadas hacia el interior.

El lobo de lady HellsingDonde viven las historias. Descúbrelo ahora