Capítulo 1

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Integra dejó su mirada perderse entre las grietas que surcaban la pared de su celda aérea. El pensamiento, más bien afirmación, que la carcomía hace días volvió a hacerse eco en su mente: Alucard se había ido.

La realidad la golpeó con fuerza, como un rayo de luz llameante, chamuscándole el interior con culpa y rabia. Su vampiro había desaparecido ante sus propios ojos; aquel ser que ella creía inmortal, el que nunca iba a dejarla sola «estaré aquí hasta el día de tu muerte, Ama» de pronto ya no estaba, no existía más. Ni siquiera tenía noticias de Seras, ¿estaba viva? ¿Habría caído en manos de los nazis también? ¿Se habría consumido ya Londres bajo las llamas? y la Reina, ¿qué haría?

El mar de preguntas se desbordó por su organismo inundándola de inquietudes sin respuesta, nerviosas, anhelantes. Preguntas que venían carcomiéndole la cabeza desde que recuperara la conciencia y se viera retenida al interior del zeppelín.

Pasos lentos sonaron ampliados por el eco en el pasillo de la izquierda. La joven no se inmutó, sabía de quién se trataba.

Max Montana sonrió ufano mientras conducía su regordete cuerpo frente a las celdas vacías de su zeppelín. Tras él, siguiendo sus pasos como un niño faldero, el Doc imitó la sonrisa, dándole a su aspecto la nota final para catalogarlo de científico loco. Cerrando la escolta iba el guardaespaldas silencioso.

La figura vestida de blanco del comandante apareció al otro lado de la reja, su sonrisa odiosa corrió por su cara, dándole un aire de dichosa maldad. Allí, frente a él —y encerrada bajo su prisión—, tenía a la líder de Hellsing, el último bastión de lucha había caído entre sus manos. Inglaterra podía considerarse perdida.

—Buenos días, fräulein —saboreó las palabras con malicia—. ¿Cómo te sientes hoy?

La mirada eléctrica, cargada de odio y desprecio, fue lo único que recibió de la joven sentada al fondo de la habitación. Montana sonrió de medio lado, moviendo la cabeza.

—Vaya modales, y yo que hice de todo para que te sintieras cómoda —miró la mesa adosada a la pared: el plato de comida estaba intacto, igual suerte tenía el vaso de agua.

Integra soltó un bufido molesto, deseando que la figura redonda desapareciera rápido de su campo de visión.

—¿Qué quieres?

Max sonrió, acercándose a la reja para verla mejor.

—Charlar, por supuesto. Hace mucho que no tenemos una buena conversación.

Integra apoyó la espalda en la pared cuando el Mayor comenzó a hablar. Un discurso extenso que tenía por intención hacerla consciente de su derrota, con amenazas vedadas de lo que tenía planeado para ella a futuro y otras frases extensas elogiando su propio plan de destrucción. Rodó los ojos con fastidio, deseando ya no escuchar la vocecita odiosa en sus oídos, y se concentró en examinar a sus captores. Ninguno de esos hombres la vería suplicar por su vida, pensó, ni siquiera por su país. Si ella iba a sobrevivir, lo haría sin mendigar piedad; se aseguraría de acabar de una vez por todas con ese comandante desquiciado, enviaría al infierno a su tropa de seguidores para no tener que verlos nunca más. Era una promesa. Por ella, por Inglaterra, por sus compañeros de trabajo; por Walter...y por su siervo desaparecido.

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El Capitán observó —estoico y silencioso como siempre— al Mayor regocijarse en su alegría, dando paso a otro de sus largos discursos que pretendían ser emotivos y acababan siendo cansadores. Habló acerca de sus estrategias utilizadas para llevar a cabo ¡oh, tan brillante plan! Le explicó a la chica, otra vez, cómo se había deshecho de Alucard y cómo la había capturado entre sus garras. La victoria era suya, aseguró. La reina tendría que ceder, Inglaterra caería a sus pies en cuestión de días y europa la secundaría. Por fin el mundo entero sería víctima de su guerra y terminaría sujeto a su voluntad.

El lobo de lady HellsingDonde viven las historias. Descúbrelo ahora