La Diosa Del Mar, Atabey/ Parte 1

79 20 13
                                    

Jazmine y Adad sabían que sus vidas eran extrañas, uno era un ser joven de quinientos años que no conocía su raza y la otra era una chica adolescente que fue secuestrada por ángeles en territorio de Dioses. Por esa misma razón no podían hacer cosas de adolescentes normales, ¡uno ni siquiera era humano!

Por eso pasaban la mayor parte del tiempo en una biblioteca, ya fuera la humana o la mágica. La preocupación que el padre de Jazmine le tenía a su hija temiendo que estuviera depresiva le ordenó salir a divertirse y hacer cosas de adolescentes normales.

Casualmente, Jazmine preocupaba más a su padre cuando dejaba de hacer cosas alocadas que cuando las hacía. De esa manera niñera y príncipe fueron echados del apartamento una vez más. Pero no fue malo porque ambos pudieron salir con los amigos de Jazmine que empezaron a aceptar a Adad. Es más, justo ahora disfrutaban un dulce helado en un parque, sentados en el pasto, Jazmine se recostó encima de un árbol mientras los demás solo estaban sentados. Como Leonel y Yamileth estaban hablando solos, Jazmine aprovechó para hablar con Adad.

—Oye, tengo una pregunta.

—¿Sí, niñera? —preguntó Adad saboreando su helado; lo saboreaba tanto que ensució su boca y ropa por comer tanto.

—¿Por qué llamas a Gea «madre»? No es por molestar ni nada, es solo que, aunque ella cuidó de ti todo este tiempo siempre supiste que no eras su hijo biológico. ¿Ella te pidió llamarla así?

—Todo lo contrario, en realidad. Ella me pedía que dejara de llamarla madre —habló Adad con una sonrisa, parecía que estaba recordando algo que lo ponía feliz—. Los Shingates no envejecemos, pero sí crecemos dependiendo de lo que hayamos vivido. Cuando era un niño de doscientos años lucia igual que ahora. Sin embargo, los primeros quince años era más pequeño y no había nadie a mi lado. Los Dioses me odiaban.

—¿Por qué Gea no te odia? —preguntó la niñera prestando atención a las palabras de su amigo.

—¿Tú me odias?, soy un amor—Jazmine miró con ironía a Adad quien entendió el mensaje enseñándole el dedo medio, así Adad pudo seguir hablando—. Bien, de acuerdo. Una mujer creyente de las Diosas me encontró de bebé, me entregó a Gea. Desconozco sus intenciones, pero la guerra había terminado y no quería iniciar otra por mi culpa. No tenía a nadie, estaba solo, para no sentirme así comencé a acompañar a Gea a todos lados, sin importar a donde fuera. Para mí era una madre porqué cuidó, me alimentó y me dio un hogar. Se sentía incómoda ya que esa no era su intención, pero tiempo después lo aceptó.

Jazmine sonrió mirando al cielo. Entendió aquello, amar a alguien como tu madre sonaba difícil; pero comprendía que no le odiara.

Un sonido interrumpió a ambos, era el espejo de Adad el cual sacó discretamente para enseñárselo a Jazmine. Danaé les había enviado un mensaje para que se dirigieran a su templo de entrenamiento en las montañas de Ciudad Rubí.

Ambos se miraron al leer el mensaje y asintieron con la cabeza, se levantaron diciendo «nos vemos» a Leonel y Yamileth; después se fueron corriendo. Llegaron hasta la parte trasera de unos baños donde la niñera hizo el honor de abrir un portal al hogar de Danaé. Cuando entraron por el portal notaron como la maestra traía cargando con el aire dos maletas, estaba sacando todas sus cosas pues aparentemente se retiraría de ahí.

—Danaé, pensé que ya no quería volver a vernos —mencionó Jazmine observando como su maestra sacaba todas sus cosas.

—Definitivamente no quiero, incluso traté de decirle a Bastián donde estaban para que los matara de una vez y yo me ahorrara esto —la Niñera y el Príncipe se voltearon a ver uno al otro sorprendidos—. Sí, no me miren así. Era más fácil que esto, aunque aún soy una guardiana espiritual por lo que tengo que seguir órdenes de mis Diosas. Así que los llevaré a mi antiguo hogar. Volveremos a Ciudad Esmeralda.

AnafreiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora