El Dios del fuego Kagutsuchi/ Parte 2

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En la casa de Jazmine, Danaé se quedó y paró los ataques apenas se fueron los niños. Bastián, con nostalgia de no querer hacerle daño a su amiga hizo lo mismo. Danaé sonrió y sacó de su bolsillo piedras de rubí para crear un portal al inframundo, no para cruzar, sino para que el Shingate cruzara y retomara su forma física en el inframundo. Así lo hizo el Shingate pasando de ser una sombra a un hombre. Cuando Danaé lo vio, sonrió; tenía sus brazos y el abdomen bien definidos, su piel era pálida, sus cabellos eran blancos con mechones negros. A Bastián, ver a su amiga solo le causaba desagrado y malos recuerdos.

—¿Intentas que no mate a ese chico? —preguntó el Shingate molesto.

—Estás obsesionado —contestó la maestra sincera.

Bastián se volteó enojado ignorando a la mujer de en frente.

—Las palabras del Dios profeta, pienso en ellas cada noche. Any ofreció la paz que uniría a todas las razas con su sacrificio, pero eso no sucedió, el ser de la paz fue su muerte y la paz entre las razas no existe.

—Si matas a ese Shingate, Gea te matará. Provocarás una segunda guerra, una guerra que Any no quería.

—¡Any ya no está! —gritó Bastián molesto—. Mi único deber ahora es proteger lo que ella creía. Si ese estúpido Dios dijo que ella moriría por la paz, entonces quiero que la paz suceda. Porque si no es así ¡Any habrá muerto por nada! ¿lo entiendes? —Danaé al escuchar eso sintió un nudo en el estómago, ella había sido su mejor amiga—. Sigo sin entender porque su padre la asesinó, siempre decía que él no creía en la profecía...— Terminó de decir con lágrimas en sus ojos que nunca se derramaron.

Danaé hizo una mueca y bajó la mirada. La maestra quería contarle todo a Bastián, pero a la vez no quería decir nada. Ella también estaba molesta porque Adad era la clara evidencia de que Any había muerto por nada, así como que, si Adad no se escondía por el resto de su vida desencadenaría la segunda Guerra entre las razas.

—Deja de ser tan terco y... —sin dejar terminar a su amiga, Bastián cerró el portal dejando a Danaé sola en aquel cuarto— escúchame.

Cuando Jazmine y Adad llegaron a Anafrei; entraron a un lugar alejado del acceso al reino de los Dioses del fuego. El príncipe, para poder cargar mejor al padre de Jazmine, quien estaba inconsciente, utilizó el aire para levantarlo, y llevarlo flotando hasta la entrada.

Esa parte del supramundo era muy calurosa, cada paso que daban causaba que el suelo ardiera en llamas. El aire que utilizaba Adad se tornaba caliente, pero Jazmine bajaba la temperatura cerca de su padre utilizando hielo alrededor de su cuerpo. El mismo hielo que había aprendido a hacer gracias a Atabey.

Llegar hasta la entrada fue bastante sencillo para ambos, porque estaban los dos juntos. Cuando entraron al reino el suelo dejó de arder tanto, claro que, aunque ardía no molestaba a ninguno de los dos por ser poseedores de las bendiciones, pero aun así sentían calor al caminar. Adad tragó saliva antes de decir algo, Jazmine al darse cuenta del gesto lo miró de reojo esperando respuestas.

—Siempre que me miras así crees que tengo algo que decir, pero no es así —la niñera alzó la ceja cuando oyó eso—. Está bien. Kagutsuchi es un Dios muy temido y poderoso, él no perdió su cultura, pero se enamoró de Gea, le ayudó a crear las nuevas tierras. Por ende, es una especie de «padrastro» para mí, nuestras conversaciones nunca son las mejores.

La Niñera miró con atención al chico sin saber qué decir, pero le regaló una sonrisa de apoyo la cual el príncipe recibió con alivio. Llegando a las puertas del castillo de Kagutsuchi las puertas se abrieron solas; ambos pudieron apreciar el glorioso hogar del Rey de los Dioses del fuego y la luz. Era enorme, el color rojo predominaba al igual que el naranja. El suelo en muchas partes era lava, además de que su cielo azul oscuro se notaba más que en el reino de Atabey. Gracias a Adad, los ángeles que pasaban entre cada pasillo ignoraban la presencia de los humanos, aunque a más de uno le llamaba la atención.

A Jazmine también le llamó la atención un ángel que sonreía al verla, tenía una vestimenta bastante humana a comparación de todos los demás ángeles que vestían de kymonos rojos, este ángel tenía pantalones negros y una camisa roja. Eso llamaba su atención, la cual se incrementó cuando oyó que otro Ángel gritaba su nombre «¡Marte, apresúrate!». Solo en ese momento el ángel se despidió de Jazmine con una sonrisa que confundió a la niñera.

Al seguir caminando no tardaron mucho en llegar al cuartel central del castillo donde Kagutsuchi estaba revisando los planos de las creencias en Japón y en el país de Freiani.

Manejaba los mapas convirtiendo el fuego en una imagen, Jazmine sonrió afable, puesto que Kagutsuchi era el Dios que más respetaba.

Cuando el Dios del fuego los notó, se sorprendió y ocultó los mapas hechos de fuego para acercarse a sus invitados. Jazmine y Adad hicieron una reverencia ante él, sin dejar de sostener con el aire al padre de la niñera.

—Adad, príncipe e hijo de Gea, ¿por qué has traído aquí a una humana? —preguntó Kagutsuchi imponente.

Adad se levantó de su inclinación y dio un paso al frente para afrontar al temido Dios del fuego. Jazmine también se acercó cuando vio que Adad lo hizo. Ella lo hizo para entregarle con respeto la carta que Danaé le había dado para él. El Dios la recibió serio, la abrió, cuando terminó de leer su contenido la quemó y suspiró.

—No puedo creer que tenga que reunirme con esa serpiente emplumada...

Como la habitación había quedado en silencio después de ese comentario, la Niñera no soportó más y rompió la mudez.

—¡Oh!, Dios Kagutsuchi. Usted es el Dios en el que más creo, el fuego significa el inicio y a la vez el fin de las cosas. Ha sido importante desde el origen del hombre, además siempre formará parte de nosotros.

Aquel Dios se sintió venerado, se acercó a Jazmine, le mostró agradecimiento agachando la cabeza por unos segundos.

—Si es por lo único que vinieron, se pueden retirar —habló el Dios volviendo a sacar su mapa hecho de fuego—. Tengo trabajo importante que hacer.

—Alteza Kagutsuchi —habló Adad deteniendo al rey del fuego, quien se volteó a verlo y escuchó lo que quería decir—. Necesitamos... escondernos aquí por un tiempo. Sé que desde que quieren hacer un tratado de paz con los Shingates, ninguna raza impura como brujas, demonios o Shingates pueden entrar al palacio, a excepción mía, por eso es el lugar más seguro. Estamos...—Adad hizo una pausa antes de seguir hablando, el Dios no se veía convencido de dejarlos— huyendo del caballero Shingate.

AnafreiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora