II

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- Ellos son tus compañeros, Camus. - pronunció Shion al tiempo que pasaba su mirada por cada uno. - Muy pronto los recordarás pero mientras tanto, están y estamos todos a tu disposición. Con lo que sea que recuerdes, te podremos ayudar.

Parado entre Shaka y Afrodita, vio a su amado desde la distancia. Sonrió con tristeza mientras Shion hablaba con él.

¿Se cansaría algún día de mirarlo? Recorrió con la mirada todo lo que le había hecho falta aquellos días. Sus pálidos labios, su largo cabello.. sus ojos..

El francés tenía varias cicatrices en su rostro, vendas en sus brazos y aún así le parecía el ser más hermoso que sus ojos habían visto. No había forma alguna de que Camus perdiera su porte y elegancia. Y aunque no recordara quién era y qué había hecho en su vida ahí estaba, siendo él. Pues sus gestos, sus movimientos, su seriedad, estaban presentes.

Saga y Shura fueron a su encuentro enseguida, presentándose nuevamente por gracioso que eso pareciera.

- Hemos vivido varias cosas juntos, pero para eso ya habrá tiempo - habló Shura - Lo que sea que necesites, soy Shura de Capricornio y estoy siempre justo al lado.

Y así uno a uno fueron pasando todos. Menos él. No podía moverse de su sitio y eso era alevosamente llamativo. Por suerte Camus estaba distraído con la intensidad de un jocoso Aldebarán y no podía verlo allí hacer el ridículo.

Fue Afrodita quien lo empujó para que hiciera lo mismo.

- Anda, Milo - lo empujó suavemente - O vas a asustarlo desde el comienzo otra vez.

Y ante aquella referencia no pudo más que sonreír, pues era cierto que apenas se conocieron, su intensidad se había ganado el rechazo del francés.

Intentando mantener la sonrisa, se acercó a su bello acuariano. Y cuando estaba por pronunciar su nombre, fue él quien se le adelantó.

- Hola - pronunció éste clavando sus azules ojos en los suyos.

Los ojos de Camus no mostraban frialdad pero realmente lo miraban como si en su vida lo hubiese visto..

¿Cómo podía ser cierto? Si tantas veces aquellos ojos lo habían visto con tanto amor..

¿Cómo? Si esa voz tan firme tantas veces le había dicho que lo amaba..

- ¿Estás bien? - preguntó el francés, sacándolo del trance.

- Lo siento - intentó ocultar lo que realmente pensaba - Es sólo que.. es extraño.

- Dímelo a mí.

Touché.

- Es cierto - sonrío nervioso - Me alegra verte bien..

- Gracias. - respondió - ¿Y tú eres..?

Un puñal habría dolido menos.

- Milo.. - se obligó a responder - Caballero de Escorpio.

- Milo.. - repitió el francés, como intentando memorizar su nombre - Espero recordarte pronto.

Igual yo, pensó más sin decir nada. Y antes de que sus sentimientos le jugaran una mala pasada se alejó de allí, entregando a su amado a sus compañeros.

Salió del recinto del Patriarca casi sin aire. Casi que huyó de aquella situación. Ese era Camus, su Camus, y no a la vez..

Se había preparado para este encuentro. Había imaginado esa misma escena una y mil veces. Y aún así..

La luz de la luna iluminaba el Santuario e iluminó también su alma pues luego de tantos días de no flaquear, al fin se rindió ante el dolor. Lentas, las lágrimas cayeron una a una. Podía sentir un dolor espantoso. Realmente un golpe físico habría dolido menos.

¡Estaba tan cansado de que las circunstancias quiseran arrebatarle a Camus!

¿Más que podía hacer sino esperar? Por mucho que pataleara y maldiciera su suerte, esta no cambiaría.

Secó las lagrimas de su rostro como un niño lo haría después de un berrinche y suspiró. No podría volver a aquel lugar. No hoy al menos. No aún.

Y en completa soledad, con el sonido de las voces de sus compañeros de fondo, emprendió el descenso a Escorpio.

Al día siguiente despertó con los primeros rayos de sol. Una de las peores noches de su vida, sin dudas.

Preparó café y salió de su templo a vislumbrar el día. El invierno se acercaba y ya podía sentirse cómo día a día la temperatura bajaba.

Acercó la taza a sus labios más se detuvo antes de que esta los rozara. De repente, la miró casi con asco. No era el café el problema, era él.

¿Por qué se había ido anoche? ¿Acaso no quería que Camus lo recordase?

¿Cómo va a recordarte si andas huyendole, Milo?, susurró para sí mismo.

Y sentándose en las escalinatas de su templo, apoyó la taza a un costado ya dispuesto a no tomarla. Clavó la vista en el sinfín de escaleras que separaban su casa de la de Libra y pensó.

Tenía que afrontarlo. Por mucho que doliera que Camus no supiera quién es ni lo que ellos eran, era necesario que él lo viera. Que lo escuchara. Pues cualquier palabra, en cualquier momento, podría despertar los recuerdos de su amado.

Huirle no podía ser una opción. Tenía que exponerse al dolor para ganar. No había más remedio.

Además, ya había enamorado a Camus una vez. Podía hacerlo de nuevo, ¿no?

Y con las esperanzas renovadas bajo la influencia de estos pensamientos, se puso en pie, dibujó una sonrisa al cielo y planeó el resto del día.

Amnesia (MiloxCamus)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora