VII

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El tiempo no se detiene a pensar en que quizás perjudica a alguien con su insaciable y voraz hambre. Tan sólo transcurre. Y en este caso, el perjudicado era él.

Ya los días eran una cosa espantosa. Y ni el mejor entrenamiento lo habría preparado para esta normalidad. Cansado estaba ya de pensar, de imaginar, de barajar las distintas posibilidades acerca de su pasado, sin obtener respuesta.

Y si bien no había recordado nada en absoluto, no le importaba. No tenía tiempo para ello, pues Milo le consumía todo el que pudiera tener.

Los sueños que tenía se ponían cada vez peor. Había perdido todo hilo con la realidad y lo que soñaba ya no eran las cosas a las que se había acostumbrado. Algún beso, alguna caricia. Lo que soñaba conseguía despertarlo completamente avergonzado y simplemente ya no podía verlo a la cara.

La situación era tan extrema que había noches en que por propia elección evitaba dormir. Intentando, ya desesperado, encontrar algo de paz. Pero siquiera de día conseguía tenerla pues allí estaba el Milo de carne y hueso, sonriendole, como si nada pasara.

Y eso es lo que más le costaba. Entender que nada pasaba. De alguna forma Deathmask se había encargado de quitarle la sospecha sobre él y Afrodita. Pero nada indicaba que al griego le pasara algo con otra persona.

Más de una vez había pensado en la posibilidad de ser franco, contarle lo que le pasaba, los sueños que tenía. Pero luego lo veía a él. Tan perfecto, tan extremadamente bello. Veía a la gran cantidad de personas en el Santuario que parecían estar interesadas en él. Y allí retrocedía pues además, ¿qué esperaba conseguir hablando?

Imaginaba la situación de encarar al griego y casi podía recrear en su mente la expresión de sorpresa que éste pondría. Si es que no se le reía en la cara.

Suspiraba realmente molesto al pensar aquello.

¡Maldita sea, él no elegía esta situación!

¡Él no elegía tener aquellos sueños!

La impotencia estaba ganándole la batalla al fin, luego de tanto tiempo. Era agotador. Realmente agotador no entender nada..

Si hubiese podido elegirlo, hacía rato no habría soñado más con aquel hombre pero no podía. Esto le había caído del cielo sin tener la opción de aceptarlo o rechazarlo.

Esta realidad se le había impuesto. No había nada que él pudiera hacer para cambiarla. Él no tenía la culpa, así como Milo tampoco la tenía de que su yo del pasado estuviese tan interesado en él. Pero pese a saberlo, Milo sí pagaba el precio, al igual que él lo hacía con su agonía.

Se había alejado periódicamente de él y de su compañía, pues no podía convivir con las imágenes que su mente albergaba y al mismo tiempo entablar una amistad con el griego. No entendía como en un pasado lo hacía. Le habría encantado recordarlo pero la suerte no estaba de su lado. Eso estaba claro.

- Buen día, Camus.. - saludó con verdadera alegría al francés que luego de tanto tiempo, bajaba hasta su casa.

Era un verdadero regalo tener a Camus para sí, en su propia casa, aunque fuera por pocos minutos. Pues se había vuelto tan difícil cruzarse con él últimamente.

- ¿Estás bien? - se preocupó al indagar en el rostro de su amado que apenas si lo había mirado.

El francés mantuvo un silencio sepulcral.

- ¿Camus? - pronunció ya verdaderamente preocupado. Algo pasaba.

- Estoy bien - respondió algo apurado el acuariano - Es sólo que..

Amnesia (MiloxCamus)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora