XX

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Aquel fue el primer y único encuentro en que se vio obligado a mantener la cordura y a sus más bajos impulsos a raya, pues por increíble que pareciera, Camus se había desquiciado.

No le dejaba de resultar cómico el cambio, pero lo entendía perfectamente. Camus había vuelto a descubrir qué era el sexo, qué sensaciones provocaba en el cuerpo. Y si bien un aluvión de ternura lo invadía cada que su novio lo buscaba, ésta le duraba lo poco que su desenfreno tardaba en despertar. Es decir, verdaderamente poco.

Cualquiera que no fuera él mismo se habría sorprendido al comprobar que no era él sino el acuariano el que más exigía aquellos momentos. En Acuario tanto como en Escorpio, de noche o de día, el francés recurría a sus encantos para conseguir lo que quería. Y él, por supuesto, caía dichoso en sus redes.

No le sorprendía su arrebato pese a la ternura generada, pues por muchos recuerdos que éste no tuviera, Camus siempre había sido así. Nadie lo sabía y por más que lo afirmara, tampoco le creerían.

El perfecto, elegante y serio caballero de Acuario, ¿excesivamente hormonal? ¡Claro que no! Esa faceta sólo él la conocía, pues el Camus del pasado era exactamente igual a éste. Y así como en el pasado negarsele jamás sucedió, ahora tampoco.

Miró el libro que sostenía en sus manos, elevando una ceja divertido. No engañaba a nadie, de qué trataban las páginas que había leído siquiera lo entendía. Dejó escapar una risita lo suficientemente baja para que su compañero de cuarto no se percatara y lo miró.

Siempre le pasaba lo mismo, Camus lo distraía. Pasaran días, meses o años, el acuariano tendría poder sobre sus sentidos siempre.

Estando en el templo de Acuario, acostado aún sobre la cama de su novio, se dedicó a observar a su guardián. El francés escribía hacía rato sentado en su escritorio, lugar al que se había movido luego de haber hecho el amor con él por horas.

Aún podía sentir el sabor del acuariano en los labios, en el cuerpo. Era demasiado pedirle que se concentrara en otra cosa.

Arrojó el libro a los pies de la cama, rendido ya ante las circunstancias y poniéndose en pie, abrazó al acuariano con ternura. Éste correspondió con un gesto a sus mimos y continuó escribiendo en silencio.

Desde allí podía contemplar su letra, la más projila que conocía; y su trazo, el más elegante también. Reconocía muchísimas palabras en francés, la lengua materna de su novio, aunque no todas.

- ¿Sobre qué escribes? - preguntó al fin.

Ante sus palabras el acuariano se detuvo, apoyando la pluma en el tintero.

- Sobre todo y nada a la vez.. - le respondió - Las cosas que me pasan, lo que he descubierto hasta ahora. Creo que será, no lo sé.. - dudó por un momento - ¿Divertido, tal vez? Volver a leerlo cuando recupere mis recuerdos.

Y aunque su novio intentó no sonar triste, le fue inevitable no sonar apagado.

- Si es que eso sucede, por supuesto.. - agregó, sepultando sus palabras con un silencio tan atroz que podría haber rajado la tierra.

- Cam.. - le salió apenas pronunciar, pues repentinamente afligido, su novio cerró de un golpe aquel diario cargado de pasado.

Realmente no esperaba aquello. Al acercársele su intención estaba lejos de provocar aquella situación.

- Descuida, Milo. - le sonrió con suavidad el francés, pues se había percatado cuánto le habían afectado a él sus palabras - Estoy bien.

Pero no, no podía engañarlo. No estaba bien. Él sabía que Camus aún se reprochaba no haber recordado nada en tanto tiempo. Y si a su novio aquello le dolió, a él lo destruyó por completo. Hacía días, semanas, que ya no pensaba en la posibilidad de que aquello sucediera. Se había obligado a no hacerlo. Hacerlo sólo conseguía derrumbarlo.

Amnesia (MiloxCamus)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora