XVIII

1K 94 80
                                    

La lluvia y el frío, sobretodo éste último, jamás habían sido un impedimento para verse, por lo que sus planes no tenían porqué cambiar.

Afuera estaba horrible, sí. De esos días en los que usualmente uno desea quedarse en casa. Tal vez leyendo, tal vez durmiendo. Él sabía, sin embargo, que Milo jamás cancelaría sus planes por el clima. O por lo menos eso creía.

La realidad era que él no tenía problema en bajar nuevamente hasta Escorpio. No tenía razón para mantenerse orgulloso. Después de todo, el griego se había mostrado bastante tranquilo, ¿por qué habría de angustiarse él entonces?

Decidió, no obstante, que no sería él quien fuera a buscarlo. No porque no quisiera, sino por el simple hecho de probarlo. Si en verdad no había necesidad de estar angustiados, el escorpiano debería venir a verlo. Eso había dicho, ¿no?

Si no es para tanto, demuéstralo Milo.

Pero las horas pasaron y con el paso de las mismas, las pocas dudas que tenía se disiparon. Su novio no vendría.

Cerró el libro que sostenía entre las manos, cansado ya de esperar. Lo apoyó en la mesa en la que estaba sentado y miró por la ventana. Desde allí sólo podía ver las montañas que rodeaban el Santuario. La lluvia caía suave y la luna ya había reclamado su lugar en el firmamento.

Suspiró, clavando nuevamente su mirada en la mesa. Pues bien, al menos ya no tenía dudas. Milo de Escorpio, su novio, lo estaba evitando.

Se sentía de lo peor. Sabía que lo que hacía no estaba bien, no era correcto. ¡Pero maldición! ¿Con qué cara enfrentaría a Camus?

No podía quitarse de la cabeza la mirada de asombro, de desconcierto, que éste había puesto ante su actitud. Tampoco podía olvidar su voz al intentar comprender porqué es que él se estaba comportando así. Pues aún cuando estaba actuando como un imbécil, cuando lo había hecho también la noche anterior, Camus le había hablado bien..

Ay, Cam..

Perdóname, por favor perdóname por esto..

La noche que perdió el control en Acuario había sacado lo peor de él y no podía perdonárselo. No podía ser tan hipócrita con Camus, simplemente no podía.

Esa noche había pensado cosas verdaderamente repugnantes, cosas que conseguían hacerlo sentir asco de sí mismo. ¿Cómo es que se había comparado con Camus? ¿Cómo es que por siquiera un segundo pensó que su situación era peor que la de su novio?

Si antes había sentido vergüenza por presionar al acuariano a hacer algo que no quería, lo que sentía ahora no se comparaba con nada. Aquel desliz resultaba minúsculo a comparación con el error que había cometido.

¡Se supone que es tu novio, maldita sea!

¿Cómo podía ser que algo tan banal como el sexo lo hubiese empujado a pensar que él la estaba pasando peor? ¿Acaso creyó en serio que su situación era peor que haber perdido toda noción de la vida?

¡Camus apenas si recordaba cuando tenía ocho años! Había olvidado absolutamente todo lo que hizo a partir de allí. No sabía quién era, cómo es que ya tenía veintiocho. No recordaba haber vestido jamás la armadura destinada a protegerlo, no recordaba a sus discípulos..

Al pensar en ambos niños aún más su corazón se rompía. Recordaba con suma claridad cada una de las veces en que Camus le había contado sobre su avance, emocionado ante su rendimiento, su agilidad, su fuerza. Las travesuras que ambos se cargaban, las interminables charlas bajo la Aurora. Las lecciones, los cumpleaños. Su novio amaba a Isaac y Hyoga más que a nada en el mundo y ahora él simplemente no podía recordarlos..

Amnesia (MiloxCamus)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora