III

1.2K 128 17
                                    

Abrió los ojos pero no se levantó. Era muy extraño abrirlos en un lugar por ahora desconocido. Sabía que había pasado allí cientos de noches en su pasado y sin embargo, no dejaba de resultar raro.

Acostado, elevó una mano a la altura de sus ojos. Podía sentir perfectamente el poder que era capaz de ejercer si así lo quisiera. Sentía el poderoso cosmos que lo invadía, aunque no recordara el cómo había llegado allí. Evidentemente su entrenamiento había valido la pena.

Se volvió a mirar su habitación, pensando en cuánto había anhelado convertirse en el caballero de Acuario desde el momento en que fue convocado por Shion. Eso sí lo recordaba.

Pero ojalá recordara todo lo demás..

El día anterior le habían presentado nuevamente a sus compañeros y pese a que intentó poner de sí mismo en aquella situación, no había sido nada fácil.

Era muy incómodo para él hablar con desconocidos como si no lo fueran. Que todos supieran quién era menos él mismo. Se sentía ajeno. Como un pequeño que acababa de nacer en un cuerpo adulto.

¿Quién era? ¿Que cosas había hecho? ¿Y quienes eran todos esos hombres que había conocido?

Subió los escalones que lo separaban del onceavo templo más decidido que nunca. Ganaría el tiempo que había perdido ayer. Lo haría hoy y cada que pudiera.

Lo había mentalizado y repetido hasta el cansancio, hasta que a su negatividad no le había quedado otro camino que hacerse a un lado: Camus lo recordaría.

Y él haría lo imposible porque así fuera.

Se llevaba muy bien con Afrodita, así pues, aprovecharía a su amigo. Él era a la única persona que podía ver si quisiese antes ver a Camus.

¿Por qué no podía Acuario estar más en el medio en las doce casas? No había opción. Lo lamentaba por su amigo pero tendría que soportarlo.

"Es por una buena causa", diría luego al pisciano con una sonrisa.

Al llegar al templo del acuariano dio gracias al cielo en silencio, pues Camus le había ahorrado el tener que inmiscuirse en su casa. Sentado en una gran roca estaba él, tan bello, tan perfecto como siempre.

Con sus cabellos bailando en la brisa, su flequillo tapándole los ojos, el francés leía tranquilamente. Y él se le habría tirado encima con gusto, pero no podía. Tomó coraje y subió los peldaños que le faltaban.

Al oírlo, Camus levantó la vista, regalándole como tantas veces, la posibilidad de ahogarse en aquel océano que tanto amaba.

- Hola Camus - le sonrió.

Qué difícil era no acercársele de más. No acariciar su cabello, su rostro, no arrebatarle el libro de la manos para robarle un beso.

- ¿Milo? - preguntó el francés, intentando adivinar si ése era su nombre.

- Buena memoria - sonrió.

El francés cerró el libro. Buena señal, no tenía problema en hablar.

- ¿Poniéndote al día? - preguntó.

- Hay muchos buenos libros aquí. - respondió Camus.

- Una herencia de tu antecesor..

- ¿Degel? - preguntó el francés - He encontrado muchas anotaciones suyas..

- Un gran caballero - afirmó.

- Supongo que he leído más de uno de sus libros en el pasado..

- No me sorprendería que lo hayas leído todos, Camus. - sonrió él - Es tu pasatiempo favorito. Algo en común que tienes con él..

Y le fue inevitable pensar en el anterior caballero de Acuario, pues parecía cosa del destino que él y Kardia, su propio antecesor..

Pero no hizo comentario alguno sobre ello.

- Y.. ¿cómo te sientes Camus? - se ánimo a preguntar.

Le era realmente difícil hablar con él de esa forma tan superficial, conteniendo todo lo que pensaba, lo que sentía.

Pero había tomado una decisión y no daría el brazo a torcer. Aguantaría todo aquello si eso significa hacer mella en los recuerdos de Camus.

- Extraño. - respondió el acuariano mirando esta vez hacia la nada.

- Me imagino.. - susurró como respuesta. Pero no, no podía siquiera imaginar lo que sería despertar de un día a otro sin saber quién diablos era.

- Son todos muy amables pero.. - continuó el francés - no es fácil.

Y al terminar aquella oración Camus volvió a clavar en él sus ojos azules. Agradecido una vez porque se posaran en él, intentó ocultar que se moría de amor.

- No llegamos siquiera a entenderlo seguramente. - habló - Pero para lo que sea que podamos ayudarte, aquí estamos.

- Se los agradezco.. - pronunció el acuariano - En verdad.

- Es lo mínimo que podríamos hacer por un.. amigo - se apresuró en terminar aquella oración. Aunque esa última palabra le destrozó el corazón.

Con una sonrisa, se despidió del francés y continuó camino a Piscis. Le había dolido, sí. Pero había conseguido hablar con el hombre que amaba. Había visto de cerca sus ojos, sus pestañas al parpadear, su fino cabello al compás del viento, sus labios moverse al hablar, ¿qué más podía pedir?

Camus no le había sonreído ni una sola vez, no esperaba menos. Era Camus. Y uno que siquiera lo recordaba, eso era de esperarse. Pero le había hablado con mucha paz, con tranquilidad. Y eso significaba mucho para quien conociese al francés.

Se había sentido cómodo. Y eso alcanzaba.

Por ahora le alcanzaba.

Amnesia (MiloxCamus)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora