BACH

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CAPÍTULO IV

No olviden que la canción para leer el capítulo es Cello Suite. No. 3 de Bach ( interpretado por István Várdai).

[LA MENTIRA DE KATHERINE]

No eres buda para hacer ayuno todo el tiempo, es mejor que comas me dijo Clara. Ella era una de las monjas antiguas del reformatorio y muy buena amiga de sor Claudia.

Dejó la bandeja en la pequeña mesa que había este cuarto y se retiró cerrando con llave otra vez ¡Ay, Clarita! y yo que te había enseñado a ver el mundo fuera de la religión.

El almuerzo era una especie de puré oscuro con carne babosa y un vaso de jugo. Definitivamente esto estaba caducado, podrido o envenenado, pero llevo una semana y media sin comer y necesito algo de fuerzas para llevar a cabo mi plan, así que unte mis manos sobre la comida y empecé a comer como si no hubiese mañana mientras observaba a Sabrina hablar con sor Claudia.

—¿Estás mejor? ¿Necesitas más agua? —le seguía preguntando, pero la joven negaba con la cabeza lentamente mientras limpiaba con una servilleta los restos de maquillaje corrido que estaba alrededor de sus ojos.

Llevaban diez minutos en la oficina de la abadesa, la melodía suave de Bach se extendía en cada rincón de la habitación consiguiendo un ambiente sereno y algo misterioso, que logró mantener a la joven del tatuaje de boa calmada; ella sólo necesitaba alejarse de los gritos y tomar sus medicamentos.

—No necesito nada, pero muchas gracias sor, —le sonrió a duras penas —lamento haber causado problemas, no fue mi intención. —se disculpó. 

—Mi pequeña niña, no te preocupes por eso, yo sé que es algo que no puedes controlar ¿Verdad? —la miró sobre sus anteojos con cierta complicidad. 

Sabrina se sonrojó un poco, algo en esa monjita le recordaba a su abuela que tanto amaba, a la que tanto extrañaba y deseaba ver, pero le era imposible.

—Pero lo haré, se lo juro, no quiero que me eche de aquí.

—No lo haré, no debes de preocuparte por eso, así no funciona el sistema en este lugar. —confesó estirando sus brazos sobre el escritorio mostrándole sus manos, temerosa, Sabrina, las tomó y esperó que la mujer continuara —Todos aquí queremos que ustedes puedan mejorar y ser un aporte para la sociedad, creemos en ustedes.

—¿Sin importar qué tan rotos estemos?

La abadesa empezó a acariciarle sus manos y le dio un pequeño apretón —¿Conoces la técnica japonesa del kintsugi? —Sabrina negó— Es aquella en donde toman un objeto roto de cerámica, que es un material sumamente delicado por si no lo sabías y los vuelven a unir por medio de barniz, pero dejan a la vista las cicatrices del objeto.

—No le estoy entendiendo muy bien. —se sinceró.

Sabrina no era de esas que captaba las metáforas, mas bien era de las personas directa, con punto y coma por así decirlo. 

—Que nosotros practicamos el kintsugi con ustedes. —confesó con ternura— Tomamos todas sus partes rotas, las unimos y dejamos a la vista sus cicatrices y marcas, porque parte de su historia no debe ser borrada, pero también podemos embellecerles con nuestra barniz.

—¿Y qué barniz usan en nosotros?

—El amor de Dios, siempre el amor de Dios.

—Pero, ¿Usted cree que nos veremos bien mostrando nuestras cicatrices? ¿No es algo raro? 

CENTRO 232 [EN PAUSA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora