Primera vez

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Hablaron un poco más y luego Zhan besó a su madre, la abrazó y salió de la habitación.

Una vez en el pasillo, se paró a escuchar, pero ningún sonido llegaba del salón. Se acercó al cuarto que ocupaban las gemelas y abrió la puerta cuidadosamente.

Entró sin hacer ruido y las contempló durante un rato, hasta que se dió cuenta de que estaba llorando.
Se limpió los ojos, las arropó, y salió sigilosamente.

Cuando abrió la puerta de su dormitorio, casi se cae de espaldas, y gracias a que se tapó la boca con la mano, su grito no se oyó por toda la casa.

Yibo estaba sentado en una de las sillas junto a la ventana.

—¿Dónde era la reunión? —preguntó sarcásticamente.

Zhan cerró la puerta y dió un par de pasos.

—¿Perdona?

—Has estado treinta y cinco minutos fuera —dijo Wang, consultando su Rolex—, y eso que abajo dijiste que te caías de sueño.

La impresión de verlo allí sentado iba dejando paso a la ira.

—Estaba cansado —dijo secamente—, pero he tenido una conversación con mi madre. Que yo sepa, no es ningún crimen. Y luego estuve un rato con las gemelas. Eso es lo que he hecho, Yibo. Soy padre.

—No has dejado de recordármelo en todo el día —comentó fríamente—. Por eso estoy aquí. Me has estado rehuyendo esta tarde y esta noche, y quiero saber por qué. ¿Es eso de los, dos mundos diferentes? Porque eso son tonterías.

Primero la conversación con su madre y ahora aquello. Zhan estaba a punto de estallar.
Yibo se levantó y se acercó a él, y él se obligó a no moverse ni reaccionar.

—¿Qué es entonces? ¿Es porque eres padre? —continuó el menor—. Por Dios, Zhan, desde que te conozco sé que eres padre. Deberías saber a estas alturas que no te pediría que hicieras nada para desestabilizar a las niñas. No me hagas parecer un dictador ególatra porque no me gusta, y no lo soy.

—Yo no he dicho que seas un monstruo —lo interrumpió, con el corazón latiendo a mil por hora.

—Bien, pues es como me has hecho sentir toda la tarde —se pasó la mano por el pelo, en un gesto de frustración e ira—. Maldita sea, he ido con pies de plomo contigo durante los últimos dos meses. Me he dado tantas duchas frías que no me creerías, me he obligado a ir despacio casi hasta volverme loco, ¿y para qué? ¿Para qué me mires aterrado unas veces y otras me trates como si fuera un criminal?

—¿Y si te sientes así, porque te has molestado en ir detrás de mí? —replicó él, desesperado—. El vernos fue idea tuya, no sé si te acuerdas.

—Oh, claro que me acuerdo, creo que nunca podré olvidar nuestra primera comida juntos —respondió sarcástico, tan cerca de él que podía percibir su aroma—. Un desafiante joven arrogante con una bermuda tan ajustada y corta que me puso toda una semana duro como una roca sólo de recordarlo —su voz tenía un toque de desprecio hacia sí mismo—. Cuando me dijeron que te habías largado, supe que tenía que dejar de verte. No necesitaba más problemas con un hombre diciéndome todo el rato que me fuera al infierno. Pero ya entonces estaba obsesionado contigo.

Él se lo quedó mirando, incapaz de abrir la boca. Sabía lo que estaba pasando, de nuevo, con su hipnótico encanto, intentaba atraerlo a su terreno. Él sabía que lo inteligente era terminar con aquello en ese momento, pero su furia se iba diluyendo y en su lugar iba apareciendo algo muy diferente que desplazaba a la lógica y la razón.

Pero tenía que intentarlo, pensó.

—Sería una locura —murmuró—. No puede funcionar, somos demasiado diferentes, ¿es que no lo ves?, Yibo.

Eve Of SmilesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora