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—¿Dónde estamos?

Argentina acariciaba su brazo mirando los alrededores, era una lugar lúgubre y bastante alejado de la gente lo cual no le daba buena espina en lo absoluto.

—Estamos en mi lugar secreto... Bueno solo tres personas sabemos y una ahora eres tú. —volteó a ver la cara del latino para sonreír le y así tranquilizarlo un poco ya que había notado el miedo de este desde la entrada al lugar.

—Así que me traes acá donde solo tres personas saben y una de ellas soy yo?, que seguridad me da saber eso ah. —dijo con algo de ironía en su voz, lo cual continuo con sus palabras pero esta vez un poco más directo y cerio. -¿planeas matarme?

Canadá miro sorprendido al albiceleste por lo que estaba imaginando y solo pudo reírse de ello, realmente no pensó que él lo viera como un asesino o algo parecido.

—Por supuesto que no Argentina, yo no sería capaz de eso y mucho menos en este lugar... Si quisiera hacerlo lo haría de una mejor forma.

Cabe aclarar que en ese punto el porteador del Sol no sabía si sentirse tranquilo o entrar en pánico, realmente Canadá no sabía cómo tranquilizar a alguien.

—Bueno... Igual no se porque me matarías si soy re piola. —intento disimular o al menos ocultar un poco su inseguridad y ganas de correr, más aún al cruzar el puente de piedra cubierto de niebla.

—Quiero pedirte algo Argentina y espero que puedas aceptarlo.

Los dos se detuvieron en frente de una cabaña de madera decorada con plantas y flores al rededor de la misma dándole un toque menos temible a comparación del resto del lugar.

—Ah... Qué... Qué me vas a pedir?
No era mal pensado ni nada por el estilo... Bueno si lo era pero en ese momento no quería creer lo que parecía esa situación, al menos no de Canadá un país el cual sólo lo tomaba como un amigo y quizás futuro yerno.

—Ven, entra. —Tomo la perilla girándola, para así abrir la puerta marrón echa de madera.

—Gracias... —entró y al instante quedo sorprendió por el lugar, sus ojos se maravillaron al ver los cuadros que colgaban el las paredes y algunos apoyados contra las escaleras, ni siquiera un expedición de arte podía igualar la maravilla que presentaban cada pintura.

—¿Te gustan? —Parándose detrás del latino miraba sus cuadros con algo de orgullo esperando la respuesta del más bajo.

—Es maravilloso... Sin duda estoy plasmado por la belleza de tus cuadros. —Volteo viendo al menor el cual se encontraba a sus espaldas, sus ojos brillaban y tenía una sonrisa amplia que dejaban a la vista de cualquiera las perlas en su boca con labios carmesí el cual los rodeaba, sin duda, Canadá era muy hermoso.

—Estoy muy feliz que te gustaran y por eso te traje. —Tomó su mano con delicadeza mirando a los ojos del argentino con ilusión. —Puedo retratarte? Quiero plasmar tu belleza en un lienzo para conservarlo... O quizás si tu quieres puedo regalarte lo.

El porteador del Sol miro los cuadros que colgaban en la pared y levantando una ceja miro al pelirrojo nuevamente.

—Pero... Todos los cuadros son de personas desnudas.

Canadá río tímido y asintió con su cabeza.

—Ese era le problema por el cual pedía que aceptaras, se que debe darte mucha vergüenza pero si no quieres estar completamente desnudo puedo darte una manta.

Argentina quería decir que no, pero tampoco le desagradaba la idea de ser retratado por primera vez en años en un cuadro lo cual al final aceptó, de todas formas podía taparse con una manta.

No Mal gastemos PalabrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora