Camisa azul.

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Las hojas secas revoloteaban con libertad, con alegría, la multitud que caminaba por allí las pisoteaba, se paseaba por ellas, al igual que el joven, que, con esperanza se encaminaba a su restaurante favorito para ver a su amado.

Peter no se había puesto gel en el cabello, pues Tony le había dicho que, cuando el viento soplaba, sus cabellos se movían de manera hermosa e incluso poética, y sus hebras castañas se hacían uno con la ventisca fresca.
Llevaba esa camisa azul que sabía perfectamente que era la favorita de Tony, pues le había dicho que se miraba espectacular con ella puesta, que se miraba más guapo de lo que naturalmente era.

Sus pies apresuraban las zancadas para poder llegar más pronto a su ansiado encuentro, pues cada segundo que pasaba, era un beso que le restaría a Tony de la larga cuenta que tenía en mente.
Esperaba verlo allí, en la misma mesa en la que todo había empezado, en donde aquel fugaz amor había iniciado, siendo ambos completamente cómplices.
Mientras caminaba por la calle, Peter imaginaba al amor de su vida, allí, serio, con una corbata perfectamente anudada y una sonrisa que le derretía el corazón.

Cuando entró, notó que no había llegado aún, pero no importó, lo esperaría.
Se había puesto muy guapo solo para su Tony, debía esperar, además, él jamás podría dejarlo plantado. Tony no haría eso.

Tony no lo dejaría, tenía que llegar.

Tenía que ser una broma, Tony no lo dejaría solo.

En la puerta nadie entraba, él jamás llegaba. ¿En serio lo había dejado?

Lágrimas comenzaron a brotar de los ojos dolidos de Peter.
Una pareja de bonitos ancianos, comía atrás, se miraban felices, y cuando Peter los miró, imaginó una escena así, pero con Tony.
Limpió sus lágrimas en vano, pues más las reemplazaron.

Y no llegaba.
Peter fantaseaba con verlo llegar, con altanería, con distinción, taconeando sus lujosos zapatos en el suelo, mirándolo con una sonrisa en el rostro. Pero eso no pasaba.

No importaba cuántas veces lo intentara, Tony jamás llegaría, Tony jamás entraría por esa puerta. Tony y Peter jamás estarían juntos. Tony y Peter jamás podrán amarse, de esa manera precisa, otra vez.

Peter salió del restaurante, comenzaba a llover y su camisa azul se mojaba pero no importaba, pues Tony jamás volvería a verla.
Aún no creía que Tony no estuviese a su lado, todavía no lo aceptaba, a pesar presenciar, él mismo, el momento en el cual su Anthony dio su último aliento.
Aún creía que era mentira, una broma cruel de su novio; pues no podría dejarlo plantado y después de tanto hacerlo sufrir, entraría al lugar.

Pero no, Tony nunca llegó.

Las lágrimas de Peter se mezclaban con las gotas de lluvia que, con delicadeza, se adherían a su rostro dolido.

Peter solo esperaba, con todo su corazón, encontrar a Tony otra vez en dondequiera que estuviese, repetirle cuánto lo amaba y que Tony nunca jamás lo dejase plantado, pues se sentía fatal. Se fue, llorando despacio, tratando de dejar sus doloridos sentimientos en ese restaurante, sabiendo por dentro, que eso sería imposible.

 Se fue, llorando despacio, tratando de dejar sus doloridos sentimientos en ese restaurante, sabiendo por dentro, que eso sería imposible

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