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Yuta

Bufé cansado de escuchar tanta palabrería y formalidad. Me tenían hastiado con las mismas indicaciones de siempre, que si debía terminar de cerrar tal acuerdo que mi madre no había podido concluir, o que era necesario renovar el trato que teníamos con el banco de sangre. Se suponía que yo era el jefe aquí, ¿qué tan inútiles tenían que ser estos sirvientes para no avanzar nada del trabajo? Ahora entendía el humor de perros que se cargaba mi madre todo el tiempo, con tanta incompetencia entre su clan hasta yo tenía ganas de desquitarme con quien sea.

Y justo eso estaba haciendo con el pobre novato que los cobardes de sus superiores habían mandado ante mí.

Terminé de abrochar el prendedor en mi saco, ese elegante broche con diamantes incrustados en forma de mariposa. Mi madre lo usaba todo el tiempo, a veces en una zona tan notoria y otras escondido bajo otra capa de ropa. Nunca le había prestado tanta atención a una simple joya, pero era lo único que me quedaba de ella.

Me di una mirada en el espejo, conteniendo el gruñido de desagrado hacia lo que me había convertido. Mi cabello rojo había desaparecido tan solo dos días después de eso, reemplazado ahora por un negro mate con mechones un poco más claros. Ahora, además del color, también había cambiado en largo y peinado. Atrás habían quedado las ondas desarregladas que tanto me gustaban lucir y los prendedores que usaba cuando no lo amarraba en una coleta. Esta era la imagen que YooNa había insistido tanto por ver, un chico elegante y serio, digno del apellido. Esperaba que, desde donde estuviera —que era más que seguro que no era el cielo o, siquiera, el limbo—, guardara este momento en su memoria.

Si es que los muertos tenían memoria.

Porque era la última vez que usaba estos aburridos trajes oscuros que lo único que hacían era asfixiarme.

Giré cuadrando mis hombros y alzando el mentón con altanería, lo suficiente para dejar clara mi posición sin parecer un completo idiota. El pobre chico no tenía la culpa de tener a esa basura como amo.

—Dile a BaekHo que más le vale presentarse en la ceremonia, porque con tan solo el chasquido de mis dedos puedo hacer que todos los vampiros terminen su contrato con su mediocre empresa. —ordené en un tono grave y severo, dejándole bien en claro al chiquillo que no iba a aceptar ninguna réplica que su amo le haya mandado.

Y todo salió tal como lo esperaba, pues el humano dio una profunda venia con ojos asustados y manos temblorosas— Le transmitiré sus deseos de verlo, señor.

Arqueé una ceja sin poder aguantar la risa incrédula. ¿Deseos de verlo? ¿A un zoquete como BaekHo? El debía venir para cerrar su precioso contrato con el clan de mi madre, yo no tenía por qué ir hasta su empresa para firmar el estúpido documento de renovación.

—Repite conmigo, chico, esto es lo que le vas a decir al viejo. —di dos pasos hacia él, importándome poco los centímetros que me sacaba de estatura, pues parecía que estaba a punto de arruinar sus pantalones— El noble señor Nakamoto no tiene planes de renovar el contrato, así que si tanto desea seguir pegado a su clan como garrapata, debe ir usted mismo y desafiar su mísera inteligencia para conseguir que cambie de opinión. —sonreí de lado antes de alejarme y retomar la postura seria del principio— Ahora vete.

No demoró en obedecerme, haciendo como cinco venias más mientras se alejaba con torpeza hacia la puerta del despacho de mi madre. Suspiré fastidiado por haber tenido que vivir esto una vez más. Odiaba perder mi tiempo en cosas tan míseras como estas cuando se supone que los sirvientes de mi madre eran lo suficientemente capaces como para aligerar mi carga. Pues bien, había comprobado que no era así. De no ser por la lealtad que sabía le guardaban al apellido, todos estarían fuera.

Tenebris Donde viven las historias. Descúbrelo ahora