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Kun

Pasé ambas manos por mi cabello, alborotándolo con fuerza y brusquedad sin importarme en lo más mínimo el ardor que sentía en mi cabeza y palmas. Las heridas ni siquiera habían cicatrizado y ya las había reabierto. Era un hábito terrible, toda forma de autolesión lo era, pero no podía controlar la fuerza con la que presionaba mis uñas contra la piel de mi palma. Lo hacía desde pequeño —a menos medida, por supuesto, todo era más sencillo cuando mi conocimiento sobre el mundo era casi nulo— así que cuando me di cuenta del gran daño que me hacía involuntariamente, cambiar esa mala manía fue imposible. Tan arraigada estaba en mí que por más vendas o pelotitas antiestrés que compre, mis cortas uñas terminaban clavándose en mis manos de una forma un otra. Las cicatrices eran horribles, intentaba ignorarlas cada vez que me lavaba las manos o agarraba algo; claramente, no era algo de lo que me sienta tan siquiera un poco a gusto.

Por el rabillo del ojo noté la figura masculina y alta que de acercaba a mí con una pequeña cajita de plástico en los brazos. Más específicamente, el botiquín que tenía guardado en el cuarto de baño para cualquier situación. Usualmente lo usaba con DongHyuck después de las mordidas algo salvajes que Mark le daba, pero desde hace unas semanas había dejado de ser necesario. Él mismo había aprendido a quitar las pequeñas gotitas de sangre que salían de las heridas mucho más pequeñas gracias al autocontrol que había conseguido Mark. La segunda razón era por la que iba a ser usado ahora, curar las heridas de mis manos.

—Extiende tus manos. —ordenó Tao de forma suave pero no menos demandante. Obedecí al instante, sabía por experiencia que era capaz de abrir mi mano con mucha fuerza.

Yo esperaba ver un poco de sangre algo seca resbalando hasta mi muñeca, igual que todas las veces anteriores; sin embargo, esta fue muchísimo peor. Toda mi palma estaba cubierta del líquido rojo, desde la punta de mis dedos hasta caer por mi brazo y perderse en la camiseta negra manga corta que tenía puesta.

—¡Mierda, Tao! —grité en voz muy aguda (una que no sabía que tenía) cuando echó sin aviso previo un gran chorro de agua oxigenada sobre mi palma derecha.

Arqueó una ceja entre burlón y sorprendido, soplando suavemente sobre la herida— YangYang no te va a dejar vivir en paz si se entera que has dicho una mala palabra.

—No se va a enterar. —toda la seguridad con la que había hablado se desvaneció cuando vi la mirada divertida que tenía— ¿No?

—Mi silencio cuesta caro, Kun, ya deberías saberlo. —vendó mi palma con cuidado, poniendo al final de la tela una pequeña grapa para que no se deshaga— Soy alguien de negocios, dame algo que valga mi discreción.

Bufé con falsa molestia encontrando entretenido el papel que estaba tomando— Bien, señor de negocios, ¿tiene algo en mente?

—De hecho, sé exactamente lo que quiero, y no planeo aceptar algo más. —su rostro perdió toda la diversión reemplazándola por una seriedad y preocupación genuina— Dime qué te tiene así de mal.

Suspiré girando la cabeza para mirar a la pared en vez de a él. Lo supuse desde que cambió su expresión, era de esperarse que me pregunte algo después de presenciar una de las peores crisis que he tenido. Eso no quitaba las pocas ganas (prácticamente nulas) que tenía de hablar sobre ello. No solo no quería darle un problema más a la gran lista que tenía en su mente, sino que tenía la gran sospecha de que hablarlo con alguien más empeoraría la situación. Ya demasiadas personas sabían lo que estaba pasando, y eso solo las ponía en gran peligro.

—Sabes que no puedo hablar de eso, tú mismo me dijiste que todo lo relacionado a mis visiones debía permanecer como un secreto entre el destino y yo. —le recordé aguantando a duras penas un grito cuando empezó a desinfectar la otra mano.

Tenebris Donde viven las historias. Descúbrelo ahora