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Ten

Agarré el uniforme y lo inspeccioné, revisando cada detalle con cuidado, desde el bordado del escudo hasta el diseño de los botones. Me gustaba, era lo suficientemente parecido a mi estilo dentro de las limitaciones que un traje tiene. Podría hacerle unos cuantos arreglos por aquí y por allá y quedaría mucho mejor, tal vez agregarle una que otra cadena y quitarle unos cuantos centímetros al saco. Por el momento lo dejaría tal y como me lo entregaron y esperaría hasta tener el tiempo y materiales necesarios para remodelarlo.

Me desvestí dejando encima de la cama el polo blanca y el pantalón plomo de dormir que me habían alcanzado, un buen detalle de su parte al ver que no traía ninguna maleta como los otros dos. Abotoné la camisa y la metí dentro del pantalón del uniforme, dejando los tres primeros botones sueltos. Era una lástima el tener que tapar mis tatuajes, pero debía hacerlo si no quería alterar al brujito que por poco me hacía escribir planas sobre la forma correcta de usar el uniforme. Además, debía evitar que los demás sepan quién soy en realidad, al menos por unas cuantas semanas. Abroché una cadena en mi cuello y me puse el saco sin cerrarlo. Delineé mis ojos con molestia al ver el color marrón oscuro en mis iris pues ya me había puesto los lentes de contacto.

Solo unas cuantas horas al día, Ten, después podrás quitarte esas monstruosidades.

Me miré al espejo de cuerpo completo y sonreí contento con el resultado. Me veía sexy, el pantalón era algo ajustado y resaltaba mis piernas y mi trasero. Ya deseaba ver la expresión que pondría el brujo cuando me viera vestido así, rompiendo su código de vestimenta. Aunque sería realmente idiota si había creído que lo respetaría.

Salí de la habitación y fui a la de al frente, donde se quedaba el hijo de Asmodeo. De entre los dos, JaeHyun parecía ser más experimentado y con mayor autocontrol. Aún no había hablado mucho, se mantenía callado y solo asentía o intervenía si no estaba de acuerdo con algo. Era como un príncipe, con esa aura toda gélida que intimidaría a cualquiera. Menos a mí, obviamente, sería imposible siendo que vengo de la misma naturaleza que él.

Toqué la puerta dos veces y esperé a que abra. Se veía bien con el uniforme de los vampiros, el negro y escarlata definitivamente era su color. De hecho, dudaba de que algo pudiera quedarle mal, tenía un rostro y cuerpo casi perfectos. Mandíbula fuerte, facciones masculinas, músculos marcados, cabello sedoso y una voz grave pero suave. Todo él era indiscutiblemente atractivo. Era de esperarse, después de todo su padre era el mismísimo demonio de la lujuria.

—¿Qué haces aquí? —preguntó con esa encantadoramente grave voz.

—Buenos días para ti también. —sonreí recargándome contra el marco de la puerta— Pensaba que podríamos ir a nuestro primer día de clases juntos, ¿no te parece genial?

—No pueden vernos o sospecharán.

—No soy imbécil, nos separaríamos una vez lleguemos al límite de esta zona.

—Está bien. Espera un momento. —iba a contestar pero me cerró la puerta en la cara.

Bufé fastidiado. Realmente odiaba que me tomen por idiota y que me dejen con la palabra en la boca. Lo que el tipo tenía de guapo lo tenía de cretino.

El sonido de una puerta abriéndose llamó mi atención. Miré hacia allá sin voltear por completo solo para ver a Mark salir de su cuarto con el uniforme desarreglado y al parecer luchando con la corbata.

—Hey, Mark. —alzó la vista y sonrió nervioso aún sosteniendo la corbata— ¿Quieres ayuda con eso?

—Por favor. Es la primera vez que veo una de estas cosas, no entiendo para qué sirven.

Tenebris Donde viven las historias. Descúbrelo ahora