Jeongyeon se encontraba de pie al frente de un gran espejo. Su maquillaje era perfecto, su peinado no era tan extravagante, sin embargo se veía muy bien. Las elecciones del señor Park en cuanto a su vestido eran realmente admirables, no por nada era uno de los mejores diseñadores de Corea. Todo se veía divino, parecía una obra de arte, sin embargo en su interior se sentía miserable.
Su hermana, quien la estaba viendo desde la distancia, finalmente se acercó a ella para ayudarle con los últimos detalles.
— Eres muy valiente, Yeonnie. Yo no podría hacer algo como esto jamás.
— Ese chico realmente me odia.
— Debes comprender, está enamorado.
— Yo no tengo la culpa de eso.
— Claro que no, pero es la forma que encuentra para desquitarse con su padre.
— ¿Tú crées que estoy haciendo mal en pensar solo en nosotros?
— No sé qué decirte. Pero si no quieres continuar con esto, todavía estás a tiempo.
Ella lo pensó detenidamente. Por un momento quiso ponerle fin a ese asunto, realmente odiaba verse envuelta en esa situación, pero por más que lo intentara simplemente no podía detenerse. Estaba dispuesta a ayudar a su padre, estaba dispuesta a todo para triunfar en el mundo de la moda.
— Ya es hora.
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Los invitados poco a poco comenzaban a llenar el enorme salón que consiguió el señor Park. Todo se veía magnífico; la comida, la decoración, las mesas, el pastel, absolutamente todo. El lugar parecía ser digno de reyes.
— Jimin, ya es hora. — Su padre advirtió para que el jóven vaya preparandose.
Él en su interior sentía ganas de levantarse, destruír todo y correr a los brazos de Hye, sin embargo no lo hizo, solamente asintió.
La farsa estaba dando inicio. Ella entró al lugar del brazo de su padre. Cada paso era un martirio para ambos. Se conocían muy poco y lo poco era desagradable. Pero a solo unos minutos serían marido y mujer.
El juez comenzó a recitar las conocidas palabras, sin embargo, antes de que siquiera pudiese terminar, alguien irrumpió en el salón.
— ¡No lo hagas! — Exclamó una jóven chica, algo desalineada, y con una botella, de cerveza, vacía en su mano. —Si todavía sientes algo por mí, no te cases con ella, por favor. — Hye estaba llorando. Ante aquello, Jeongyeon sólo pudo sentir una profunda lástima. Era ella la causante de su dolor.
Jimin también soltó algunas lágrimas ante aquello, pero trató de retenerlas lo más posible. Finalmente, el señor Park, junto a otros dos hombres que se encontraban entre los invitados, trataron de sacar a Hye del lugar. Tardaron algunos segundos pero, finalmente, ella se dió por vencida y decidió irse.
La ceremonia continuó. Esta vez, Jeongyeon pudo sentir los fulminantes ojos de Jimin sobre ella. Trataba de desviar la mirada, pero su voluntad era demasiado fuerte. Él quería demostrarle cuanto la odiaba por causar aquello.
—Yoo Jeongyeon, ¿aceptas a Park Jimin como tu esposo, para amarlo y respetarlo, en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y la pobreza, hasta que la muerte los separe?
— Acepto.
— Y tú, Park Jimin, ¿aceptas a Yoo Jeongyeon como tu esposa, para amarla y respetarla, en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y la pobreza, hasta que la muerte los separe?
— Acepto.
Continuó con algunas palabras más hasta que aquella frase, que ambos habían estado ignorando completamente en los últimos días, fue pronunciada.
— Puede besar a la novia.
La habitación estaba sumida en un absoluto silencio, expectante al siguiente movimiento. Ella se quedó estática en su lugar, no sabía qué hacer, pero, sorprendentemente, él fue quien dió el siguiente paso.
Aquel fue un beso que, a ojos de los invitados, significaba algo realmente hermoso y tierno, pero ellos sabían que no era así, era una perfecta farsa, una actuación digna de Hollywood, era todo menos un beso de amor.