DIRTY DANCING (ALBALIA)

3

Creí tenerlo todo, mi carrera, mi futuro, mi vida. El verano de 1994 me enseñó a desaprender para recorrer el camino correcto. Fue cuando la conocí a ella, mi hermosa Camile, y también la historia de amor que cambiaría mi vida para siempre. La historia de Alba y Natalia.

**

Amanda iba en el autobús que la llevaba de vuelta a casa sintiendo la anticipación del regreso, esa sensación que mezcla nostalgia por ver de nuevo esos rincones de tu pasado y excitación por lo que ese verano pudiera significar para ella. Cada vez que regresaba a su ciudad natal se sentía así, ya fuera siendo una adolescente que hubiera estado fuera un par de días o una joven de casi veintiún años recién graduada en la universidad y lista para salir al mundo.

Cuatro años atrás se había marchado para estudiar en la universidad y aun recordaba cómo se sintió al verse sola ante el futuro que prometía brillante, siempre según su madre claro. Desde muy pequeña supo que su futuro era el periodismo, empezando por el periódico del colegio y después en la Universidad de California. Miraba por la ventana mientras REM seguía cantando en sus auriculares, había logrado lo que quería, y ahora tocaba dar el siguiente paso, el más importante de todos. Recordó la sonrisa de su madre la primera vez que le dijo que quería estudiar periodismo, se emocionó cuando le mencionó su intención de levantarse ante todos y contar la verdad, le dijo que se parecía a su padre. «Ojalá lo hubiera conocido».

Se mudaron a Dunsmuir al poco de nacer, su madre no hablaba mucho acerca de esos años, pero sabía que tuvieron que salir huyendo de Chile al estallar el golpe de estado que le arrebató a su padre. Elena quería que su hija creciera en un lugar tranquilo y por eso había elegido esa pequeña ciudad de California, por eso y porque allí conocía a la que fuera su mejor amiga en la adolescencia y que lo seguía siendo ahora, Marilia. Fue ella quien la convenció de terminar sus estudios y comenzar a dar clases en el instituto. Profesora de arte ni más ni menos.

Amanda admiraba a su madre, aunque no se lo dijera muy a menudo, sabía que había vivido lo peor que alguien puede vivir y aún así se mantenía fuerte y entera por ella. El autobús entró en la calle principal, inamovible en el tiempo, con las mismas tiendas de siempre. No pudo evitar verse recorriéndola con su bicicleta a la salida del colegio, siempre con las rodillas raspadas y su gorra de los Lakers. Caminando de la mano de su madre cuando iban a la compra o huyendo del señor Tullen, junto a su mejor amigo, Lucas, cada vez que le robaban alguna chuchería. También se vio recibiendo el primer beso de una chica, junto al árbol de la plaza y sintiendo su corazón roto en el mismo lugar pocas semanas después. Suspiró ante todos los recuerdos sintiéndose mayor de golpe.

El autobús llegó a su parada y se apresuró a bajar para descargar el equipaje, no era mucho, pero si no se daba prisa seguro se encontraría a su madre haciéndolo ella misma. Y no se equivocaba, Elena estaba ya de pie cerca del maletero del vehículo lista para ocuparse de todo, negó al verla y luego corrió para abrazarla. Solo habían sido unos meses, pero la había echado de menos, aunque eso tampoco fuera a decírselo.

– ¡Mandy! – dijo mientras repartía besos sonoros por toda su cara ante sus quejas poco convincentes.

– Mamá, sabes que no soporto que me llames así. – Se quejó en broma.

– Soy tu madre y te llamaré como quiera. – Contestó dándole un pequeño golpe en el costado mientras Amanda rodaba los ojos – ¿Has sabido algo de el puesto en el Sun Times? – Amanda negó – Bueno, seguro te dicen algo pronto.

Amanda no contestó, por mucho que su madre quisiera ser optimista la realidad era que había aplicado en prácticamente todos los diarios y periódicos del país, los más importantes y los menos conocidos, recibiendo siempre la misma respuesta. "Por ahora no hay vacantes, se lo haremos saber si queda un puesto libre". No quería pensarlo, pero la realidad era que quizás no lograra cumplir su sueño al final o no en ese momento de su vida.