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Amanda estaba sentada en la cama, leía la nota de Camile sin poder creerse que se hubiera marchado. Sabía que lo que le había dicho estaba mal, ¿pero marcharse sin darle la oportunidad de hablar? Cerró los ojos conteniendo las ganas de llorar, cogió aire por la nariz y arrugó el papel. Si eso era lo que quería pues bien, no sería ella la que le fuera detrás. No. Camile era una mujer adulta, consciente de sus actos y ella no se arrastraba por nadie.

– ¿Va todo bien Amanda? – Preguntó Noemí entrando en la habitación.

– Sí, todo perfecto. – dijo la morena.

– ¿No está Camile?

– Ha decidido irse antes a California. – Miró una última vez la nota y luego se puso en pie para salir de la habitación – ¿Cenamos?

En el avión Camile movía la pierna nerviosa, hacía ya rato que había dejado de llorar y ahora lo único que tenía eran ganas de olvidarse de todo. Miró por la ventana, cuando empezó ese viaje no pensó que acabase así y ahora, mientras el avión se alejaba camino a la pista de despegue, sentía su corazón romperse como nunca antes. «No te necesita», se repetía. Cerró los ojos y dejó caer la cabeza hacia atrás, seguro que en unos días dejaría de doler, solo necesitaba estar lejos.

Amanda aterrizó al día siguiente en Sacramento y de allí se subió a un autobús que la dejó en su ciudad unas horas más tarde. A veces solo se necesita tiempo para serenarse y ella lo había tenido de sobras, ahora, camino a casa, solo pensaba en poder ver a Camile y hablar con ella. No se trataba de arrastrarse ante nadie, sino de demostrar con hechos lo que las palabras habían roto. Se mordió el labio, no sería fácil, pero solo deseaba una oportunidad. Cuando abrió la puerta de casa su madre la esperaba en el sofá, seria y de brazos cruzados.

«Mierda».

– Hola. – dijo algo insegura, su madre enfadada daba miedo tuviera la edad que tuviera.

– No me vengas con, holas. – Replicó Elena sin mirarla – ¿Qué le has hecho a Camile?

– ¿Por qué crees que le he hecho algo? – Se defendió.

– Llegó con unas ojeras hasta los pies y le faltó tiempo para marcharse a San Francisco, según ella por trabajo. – Amanda sintió que se le caía el mundo al suelo.

– ¿Se ha ido?

Suspiró y miró al techo para contener las ganas de llorar. Se había ido, definitivamente.

– No le he hecho nada. – dijo caminando hacia la escalera para subir al ático – Si te ha dicho que tiene trabajo es que tiene trabajo. Voy a tumbarme un rato que estoy muy cansada.

Elena la vio alejarse y negó, dos cabezotas es lo que eran. Amanda no salió de la habitación ese día, al principio creyó que su hija necesitaba un poco de espacio, así que no le dijo nada. Tampoco lo hizo al día siguiente. Ni siquiera cuándo, después de escucharla teclear en su máquina de escribir, la pudo oír insultar en varios idiomas mientras lanzaba algo contra la pared. Pero al cuarto día, ya con su paciencia al límite decidió que ya era suficiente, fuera lo que fuese que hubiera pasado entre esas dos había llegado el momento de solucionarlo.

Amanda estaba en su habitación preparando todo con una decisión tomada, dos en realidad. Se había pasado las últimas dos horas al teléfono arreglando todo para llevar a cabo su plan, ahora solo faltaba hablar con su madre y que lo entendiera. En esos cuatro días se había dado cuenta de muchas cosas, la primera que no podía hacer aquello sola, esa historia se había construido a cuatro manos desde el inicio y debía seguir haciéndose así. Pero también que con el orgullo no iba a ir a ninguna parte, si realmente quería a Camile y estaba segura de que era así y lo más importante, que Camile la quería a ella también, tendría que buscar la manera de que la escuchara y perdonara. Aunque eso implicase tener que ir hasta San Francisco y esperarla en la puerta de su casa. Si tenía que convertir su vida en una película romántica para lograr recuperar a la chica lo haría.

DIRTY DANCING (ALBALIA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora