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Amanda disfrutaba conduciendo, era de esos momentos en que le parecía tener el control de todo lo que la rodeaba y eso la hacía sentirse relajada. Camile iba a su lado disfrutando del paisaje y de ese increíble coche descapotable que les habían alquilado, ninguna se lo podía creer cuando les dijeron que era el único disponible. Quedaban pocos quilómetros para llegar hasta su destino, Kellerman's, el hotel donde había empezado todo. Habían alquilado una de las cabañas para una única noche, pues sentían la necesidad de sumergirse al máximo en las vidas de Alba y Natalia, viviendo una pequeña parte de lo que fue ese verano de 1963.

– ¿Crees que se acordará de ellas? – Pregunto Camile observando el paisaje a través de sus gafas de sol.

– Me dijo que sí cuando hablamos.

Amanda se giró para mirarla, solo un segundo, se había recogido el pelo para que no le molestase con el viento dejando a la vista su cuello y ese lunar, el que ya se conocía de memoria. Usaba una cazadora, pues aun con las altas temperaturas iban sin capota, y debajo llevaba un vestido que cuando Amanda se lo había visto casi tropieza con sus propios pies. Estaba más que mentalizada en que no podía pasar nada entre ellas, pero cuando la miraba solo tenía ganas de besarla. Camile la miró de soslayo, resguardada por sus gafas de sol oscuras, aquel día estaba especialmente preciosa con su media melena suelta, casi salvaje y esas gafas de aviador que la hacían parecer sacada de un anuncio de revista. Se había puesto una camiseta de manga corta negra y unos vaqueros, nada espectacular pensaría alguien, pero es que con Amanda todo lo era. La camiseta le sentaba como una segunda piel, dejando poco a la imaginación desbordante de la fotógrafa. Y lo vaqueros, podríamos afirmar que en cuanto se los vio puestos solo deseó que caminara siempre delante de ella. Y sí, había decidido dejarlo como algo platónico, una atracción que queda en eso, pero qué difícil se lo estaba poniendo.

El coche se adentró por el camino de piedras y ambas se sintieron como si acabaran de viajar por el túnel del tiempo hacía varias décadas atrás. El hotel era enorme, mucho más de lo que se esperaban, con un edificio central donde estaban la mayoría de empleados ayudando a los nuevos huéspedes a instalarse. Camile no pudo evitar disparar un par de fotos atraída por esa vuelta al pasado en los uniformes de esos chicos cargados de maletas.

– Creo que somos las más jóvenes del lugar. – Se burló Amanda.

– Y las únicas lesbianas. – Añadió Camile antes de salir del coche dejando a Amanda clavada en su asiento.

– Al menos ahora ya no tienes ninguna duda. – Se dijo a ella misma en voz baja.

Salió del coche para descargar su equipaje, entonces un hombre mayor se les acercó, tendría unos setenta años o más, vestía un traje impecablemente planchado y se ayudaba para caminar de un bastó terminado en un puño de plata.

– Usted debe ser la señorita Farias. – Le dijo al llegar a su lado – Soy Joan Capdevila hablamos por teléfono.

– Amanda. – dijo estrechando su mano – Ella es mi compañera, Camile. – Él se giró y la saludó educadamente, ambas pudieron notar ese leve gesto de incomodidad de quien no acaba de entender los nuevos tiempos – Nos gustaría poder hablar con usted más tarde acerca del artículo que le comenté.

– Claro, búsquenme antes de la cena. – Las dos asintieron y el señor Capdevila se excusó para seguir saludando a los recién llegados.

En el camino hasta la cabaña pudieron tener un primer contacto con el entorno, un paisaje de ensueño, con el lago al fondo y rodeadas de vegetación. El lugar perfecto para una historia de amor o eso pensaron ambas casi a la vez antes de cruzar la puerta de donde pasarían esa noche.

DIRTY DANCING (ALBALIA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora