11. protegido

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- ¡¿Qué crees que está haciendo?! - grita Merlon, cuando su espada choca contra la del pelinegro.

- ¡No se supone que esto deba hacerse! - responde, con la misma voz, apartando la mano del mayor con fuerza, lejos del brazo del pelinegro. - ¡No somos salvajes!

- ¡Apártese ahora mismo! - grita una vez más, el sacerdote se ha apartado, completamente indiferente a la lucha de poderes que se ha presentado allí en un instante. - ¡O me veré obligado a cortarle el brazo también!

- ¡Inténtelo! - exclama, levantando la espada en alto.

El prisionero lo mira, con los ojos violetas brillantes y los músculos de los brazos tensos, era prácticamente un Dios, ¿cómo era posible que él, entre todo el mundo, no tuviera un alma gemela?

- ¡Apártese de una vez! ¡Es una orden! - continúa el mayor.

- Si quiere hacerle daño, va a ser sobre mi cadáver. - farfulla.

Era el temple de Atenea, su bondad, oculta en su expresión osada, intrépida, se da cuenta entonces, ¿un protegido de Atenea? Tenía sentido, su amabilidad y su dureza al mismo tiempo, la nobleza en su carácter, oh, Rubén estaba tan perdido...

- Yo me quedaré aquí esta noche, - dice Samuel, cuando el otro hombre por fin ha bajado su espada.

- No es su dec~

- No era una pregunta. - interrumpe él, bajando su espada también. - Pueden irse, que el sacerdote descanse, pasaré la noche aquí.

Merlon parece listo para volver a hablar, reanudar la discusión parece su única preocupación, pero el sacerdote pone una mano sobre su hombro.

- Deseo descansar, ciertamente, - murmura, inclinando la cabeza. - el viaje en barco no es de mis actividades favoritas.

- Puede quedarse con el maestro Luzuriaga, - dice Samuel, poniéndose de pie frente a la celda, el peliblanco se para tras él, casi ocultándose. - estará encantado de recibirlo.

Y vaya que sí lo estaría.

- Permítame escoltarlo. - dice Merlon, caminando junto al sacerdote, dedicándole una última mirada al pelinegro de pie frente al peliblanco.

Cuando finalmente se han ido, Samuel se gira, mirando al chico allí, quien ha sacado una mano entre los barrotes, enseñándole la palma, pálida.

Se debate un momento sobre si poner su mano contra la suya o no, y quizás no sea correcto, pero lo quiere, y cree que nunca ha querido algo con tanta fuerza en toda su vida.

Mira su mano una vez más.

Quiere tocar sus manos juntas, así que lo hace.

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