12. sensación

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Podría decir que había sentido una corriente eléctrica, que era como aquellos cantos heroicos de lo que Afrodita hacía con las almas gemelas, pero no fue así, fue... distinto.

Era increíble, la sensación cálida de sus manos juntas, y no era increíble por nada más que el hecho de que eran sus manos, no tenían que ver con los dioses, o el destino, y mientras Samuel se convencía de eso, algo sucedió.

- ... tu alma nunca tuvo una compañera, - escucha de pronto. - porque no hay corazón en la Tierra que palpite al compás del tuyo, y no existirá jamás.

Entonces él no era su alma gemela, él, con sus brillantes ojos mieles, que lo miraban como si fuese un Dios, él con su sedoso cabello blanco y la palidez de su piel, él no era su alma gemela.

No podía enamorarse de él, porque era egoísta, y no quería ser egoísta con él, aunque hubiese hecho lo que fuera, aunque realmente fuera un mercenario, no podía... él tendría su propia alma gemela, alguien con quien tendría que compartir su vida, y no importaba el sentimiento que sus manos juntas le daba, no importaba tampoco que el peliblanco allí lo mirara como si fuese Zeus mismo, no...

Así que aparta su mano de la del prisionero, mirándolo, como si se estuviese disculpando, porque que así era, quizás estuviesen igual de impresionados ambos, quizás el peliblanco estuviese encantando con él, pero se le pasaría luego, ese encanto se disiparía cuando estuviesen separados.

- Me... me tengo que ir... - susurra, aún algo renuente a tener que irse, pero termina por girarse, encaminándose hacia la salida.

Y Rubén quiere decirle que se detenga, que no se vaya, quiere preguntarle que va a a ser de él si Samuel osa a irse, pero siente que ninguna de esas palabras lo harán quedarse, así que suspira, apresurado por escuchar los pasos del pelinegro.

- No soy un mercenario. - suelta, y los pasos de Samuel se detienen. - Tampoco soy un soldado o un sabio, no sé qué soy.

Le diría toda la verdad, solo si se quedaba, haría lo que fuera porque se quedara, el soldado pareció pensarlo un momento, debatiéndose si debía quedarse o no, si aquellas palabras eran ciertas o no.

Pero ya había sido demasiado indulgente con él, había desobedecido a su entrenamiento dos veces en el pasado, y eso era suficiente.

Y recordó vagamente la voz de su padre, grabada en su mente, a base de maldiciones y golpes, que -de alguna manera- no se habían borrado nunca: "Primero siempre estará el servir a los dioses, Samuel, y vas a servir a ellos antes que a ti mismo, servirle a ellos es más importante que tu propia existencia, no eres más que un peón, y te entregarás a ellos por completo."

¿Debía quedarse o no? Él quería hacerlo, definitivamente, pero no podía, porque si los dioses lo hubiesen querido, habría tenido una señal, pero no la tuvo, no...

Así que no lo hizo.

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