8. charla

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- Espero que hayas comido todo lo que te han traído. - murmura, mirándolo desde su posición fuera de la celda, el peliblanco se puso de pie, apartándose el cabello de la frente, el soldado descubrió el ceño fruncido arrugando su rostro.

- ¿Te refieres al maldito pedazo de pan duro y el agua llena de tierra? - inquiere con voz dura, el pelinegro frunce el ceño también.

- ¡Eh, no maldigas! - regaña, y el chico dentro de la celda se echa a reír, el soldado mantiene el rostro serio, aún cuando quiere reírse también, porque la risa del peliblanco es contagiosa.

- Sé que soy un prisionero, y que un sacerdote vendrá en algún momento, y que ni siquiera debería ser merecedor de que un soldado, y maestro como tú me dirija la palabra, pero, por favor, - pide, con voz suplicante. - por favor, tráeme algo más que ese maldito pan duro, por favor.

El pelinegro lo mira, y el chico en la celda piensa que se negará, no entendía del todo las necesidades del cuerpo mortal que se le había otorgado, debía beber y comer cada cierto tiempo, de otro modo su estómago dolía, así como su garganta, y el frío lo hacía tiritar, no entendía porque ellos le estaban haciendo pasar por todo aquello

Samuel suspira, antes de encaminarse en dirección a la puerta, vuelve un instante después, dedicándole una mirada compasiva.

- Pedí algo de fruta para ti, espero que eso esté bien. - dice, el peliblanco sonríe, con bonitos hoyuelos en sus mejillas.

- Estará perfecto. - murmura. - Gracias.

- ¿Cuál es tu nombre? - pregunta, poniendo una de sus manos sobre uno de los barrotes. - Me parece que no se lo has dicho a nadie y no puedo seguir hablando contigo si~

- Rubén. - responde con sencillez, el pelinegro asiente. - Tú eres Samuel De Luque, ¿verdad? - inquiere, apoyando el rostro sobre uno de los barrotes. - Eres más guapo de lo que me contaron.

El pelinegro sonríe, conteniendo una risa. - Ya, gracias, supongo.

- Hablo en serio. - insiste Rubén, observándolo con ojos soñadores. - Que lindos ojos tienes debajo de esas dos cejas.

Samuel ahora si que ríe, con las esquinas de los ojos arrugándose, y el peliblanco lo mira, en serio, en la profundidad de los ojos violetas, y hoyuelos en las mejillas.

Y tenían razón, tenía la belleza de Afrodita, irradiaba de él, sentía también la sabiduría de Atenea, y la estrategia de Ares, casi podía derretirse ante él, parecía la combinación perfecta de los dioses, más bien, estaba seguro de que lo era.

Oh, pero... ¿cómo era posible que no tuviera un alma gemela?

Quiso deslizar su mano sobre la del pelinegro; lo hizo.

old (love) greece -karmaland-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora