11. Forcis equidna

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―¡Los hemos dejado atrás! ―Vitoreó alegremente Charlotte mientras hundía el pie en el acelerador de su auto.

Las imágenes de las calles a su alrededor pasaban cual fugaces luces de colores por las ventanas gracias a la velocidad en que el auto corría. La adrenalina llenaba las venas de Charlotte junto con una gran felicidad. Por primera vez en su vida era libre; era lo único que sabía y lo que más necesitaba, ni si quiera era capaz de sentir el frío de su exterior. Apenas notaba la nieve acumulándose en el parabrisas.

Las escandalosas risas de Alastor a su lado eran la perfecta sinfonía de fondo, casi tan escandalosas como el crimen que acababa de cometer. Tal parecía que esa enorme sonrisa era contagiosa.

No fue si no hasta un giro a la derecha lo que le advirtió la persecución de la que ahora eran presas. La sirena de la patrulla había arruinado su plan, aunque en la mente de Charlotte, solo era un factor de adrenalina y diversión extra.

―¡Mira a esos imbéciles! ¡Creen que pueden alcanzarlos! ―Comentó Charlotte en medio de risotadas que le arrancaban lágrimas de diversión. ―¿No crees que es divertido, Al?

―Sí qué lo es, mi pequeño pastelito. No te preocupes, ya me encargo de ellos. ―Respondió Alastor mientras cargaba su revólver. A los pocos instantes, asomó casi la mitad de su cuerpo por la ventana de su lado y empezó a disparar en dirección a las patrullas; de los 6 tiros que tenía, dos lograron herir a los copilotos de las patrullas, y solo uno dio en el blanco, hiriendo al conductor de una de ellas. El choque de este vehículo casi instantáneo volvió a arrancarle risotadas de locura.

―Ese es mi paciente favorito, ¡pero has perdido tres tiros, cher! ―Reprochó Charlotte con tono de niña pidiendo un dulce en el supermercado.

―Calma, princesa. ¡Es solo falta de práctica! ―Al fondo pudo escucharse el estallido de las patrullas que habían chocado. Obstruían el camino a las que venían detrás, pero parecía que una y mil más aparecían de la nada.

―Esta vez no fallaré. ―Sentenció Alastor.

Nuevamente, sacó una parte de su cuerpo por la ventana, apuntó el arma y dio una gran bocanada de aire justo antes de disparar.

Las siguientes seis explosiones fueron todo lo que Charlotte ocupó escuchar para asegurarse que había acertado esos seis tiros.

―¡Eres el mejor, Al! ―Gritó eufórica la joven doctora mientras halaba de la camisola de Alastor para devolverlo al interior del vehículo.

―Tengo que estar al nivel de mi chica, ¿no es así? ―Contestó Alastor una vez que regresó a su asiento, y, mientras se limpiaba las gotas de sudor de su frente, una duda asaltó sus pensamientos. ―¿Por qué me has liberado?... ¿Por qué hemos escapado tan de repente? Recuerdo que la última vez que nos vimos solo dijiste que me sacarías de ese lugar, pero pensé que te referías a las celdas de máxima seguridad, no del hospital entero. Y mira... ¡Te has venido conmigo!

―¿Acaso pensaste que te abandonaría ahí? ¡Me subestimas, cher! ―Aunque Charlotte intentó disimular su nerviosismo con risas, era como si Alastor pudiera leer su mente al igual que un libro abierto, pues solo la miraba fijamente, y su expresión se volvía más seria.

Tras soltar un pesado suspiro, decidió que lo mejor sería contárselo todo, pues a partir de ese momento, él seria la única persona con la que podría compartir su vida.

―La verdad, mi dulce Alastor... ―Las palabras de Charlotte parecían rasgar su garganta como filosas cuchillas, le dolía pensar que, de no haber tomado esa decisión, Alastor pudo haber sufrido el final que todos los pacientes de las lobotomías enfrentaban. Su actitud cambió de golpe, pues todas las risas se habían ido y en su lugar, las lágrimas empezaban a juntarse en sus ojos. Entonces, como un balde de agua helada encima, sintió todos los recuerdos de lo que acababa de hacer y pensó en el futuro que tenía por delante.

Siempre tuyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora