Alastor miraba atentamente las llamas de la fogata consumir todas sus pertenencias, su entrecejo estaba fruncido y sus labios formaban una delgada línea con preocupación, y algo de tristeza. Su espalda estaba ligeramente curveada y tenía las manos entrelazadas, hasta que la voz de la doctora lo sacó de su pensamiento, y sintió como un par de brazos delicados lo rodeaban desde atrás.
―Oh, Alastor, no me gusta ver esa expresión en tu rostro.
Charlotte lo había tomado por sorpresa, tuvo que sacudir su cabeza para volver a la realidad. Dado que era maestro del engaño, no le costó figurar una sonrisa despreocupada y dar media vuelta para corresponder aquel abrazo.
―¿De qué hablas? No tengo ninguna expresión, Charlie. ―respondió en un murmuro lleno de cariño mientras hundía su nariz en aquella cabellera dorada y, tras aspirar su aroma, repartió un par de besos.
―Es porque te duele deshacerte de las cosas de ella, ¿no es cierto?
La chica alzó el rostro para que su pareja pudiese ver su expresión: un par de ojos grandes que lo observaban con atención y labios temblorosos que anunciaban una rabieta.
―Ya tuvimos esta conversación, cariño. ―Alastor tomó uno de los galones de gasolina (que también había comprado) y lo lanzó directo al fuego, provocando una explosión a sus espaldas. Luego volvió a aferrarse en un abrazo. ― Ella no significa nada para mí ahora. Solo tú. Siempre serás tú.
El castaño posó con suavidad la palma de su mano en la cabeza de su prometida, revolviéndole los cabellos con diversión.
―Mentiroso. ―Respondió la rubia, zafándose abruptamente de él y caminando en dirección opuesta a la cabaña, a la espesura del bosque.
―No, Charlie. Sabes que es verdad. ―Suspiró Alastor con pesar, avanzando lentamente y extendiendo sus brazos hacia ella. ―Vuelve acá.
Alastor adelantó unos pasos veloces para encerrarla pero la doctora viró con agilidad adentrándose al bosque y perdiéndose entre los troncos de pinos y abetos.
―¿Charlie? ―Preguntó el castaño al aire gélido que le azotaba la cara. A sus espaldas se iba alejando la gran fogata y con ella, el calor de sus llamas.
A lo lejos escuchó la risa infantil que tan bien conocía, guiándolo a través de la nieve espesa.
―Charlotte, empiezo a preocuparme. Vólvamos. ―Alastor se negó a seguir con aquel juego infantil. Se detuvo, y cruzó ambos brazos.
Esta vez no hubo respuesta. Sus ojos estaba alerta y se vio obligado a continuar avanzando, hasta que un fuerte impacto lo tomó por sorpresa, casi al borde de derribarlo; se trataba de un cuerpo helado que, al contacto con su mejilla derecha, se deshizo en pequeñas motitas blancas.
No había nada en el mundo que lo hiciera molestar más que el hecho de ser ridiculizado; se preparó mentalmente para reprender a su novia, por tal acto inmaduro y cobarde como atacarlo con una bola de nieve.
Ocupó su diestra para retirarse el resto de nieve sobre su rostro, e hizo una mueca de evidente molestia. A unos pocos metros, estaba la doctora, escondida tras un pino, apreciando la escena mientras reía con la inocencia de un infante después de cometer alguna fechoría. Y ese sonido, acompañado de la cara tierna de la rubia fue suficiente para calentarle el rebelde corazón a Alastor. Imposibilitado para reprenderla y mucho menos a mirarla de forma reprobatoria.
―Nunca hubiera permitido que alguien se burlara de mí. ―Sentenció.
―No lo hago. ―La Charlotte tristona de hace unos segundos se había esfumado, ahora una mucho más alegre caminaba de regreso a los brazos de su amado.
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Siempre tuya
RomanceEs 1932, en Luisiana: tierra de magia negra e incontables asesinatos. Sin embargo, cuando por fin es capturado el autor de la mayoría de estos (Alastor), es internado en un hospital psiquiátrico. Jamás pudo haber imaginado que esa doctora rubia se c...