8. Eros

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Charlie entró corriendo al hospital. Poco le importó el estruendoso sonido de sus tacones al contacto con el piso.

Al llegar a su oficina, se encerró con un portazo y empezó a llorar dramáticamente. Gruesas lágrimas recorrían su mejilla, distorsionando su maquillaje. Su mente había colapsado, era como si ya no supiera qué era real y qué no. No distinguía lo bueno de lo malo porque no lo tenía claro.

Juntó sus manos en su pecho y empezó a rezar desesperadamente, esperando así aliviar su pena.

"Notre père,
qui es aux cieux,
que ton nom soit sanctifié,
que ton règne arrive,
que ta volonté soit faite sur la terre comme au ciel,

donne nous aujourd'hui notre pain de ce jour..."

―Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden. ―Charlotte se sobresaltó al escuchar la voz de Alastor a sus espaldas. Sus ojos se abrieron tanto que pensó que podían salirse de sus órbitas. Se estaba volviendo loca.

―No sabía que hablabas francés. ―Y ahí estaba esa voz de nuevo. Pero cuando ella giró para ver de dónde provenía, se encontró con Alastor sentado detrás de su escritorio. Las luces estaban apagadas y apenas podía distinguir su silueta en la oscuridad, pero sus enormes ojos afilados brillaban al igual que su malévola sonrisa.

―No, no. No eres real, estoy delirando... estoy delirando. ―Se dijo a sí misma, balbuceando cual verdadera chiflada y hasta se dio unos cuantos golpes en la frente con la palma de su mano.

―Oye, oye... Soy real. Puedes comprobarlo. ―Alastor había dicho lo último en modo sugerente y atrevido, pero ella parecía ignorarle por completo.

―Me estoy volviendo loca. ―siguió balbuceando. ―He matado a Angel Dust, no tengo salvación. Estoy loca, iré al infierno. Soy una pecadora. Una mala mujer... Notre père, qui es aux cieux, que ton nom soit sanctifié...

Cuando su paciente oyó eso, su sonrisa creció, mostrando toda su afilada dentadura. Estaba más que satisfecho.

―¡No estás loca! ―Alastor le gritó para sacarla de su pequeño trance y la tomó de ambas manos para halarla hacia él y darle un agresivo beso sobre los labios, mordiéndolos con ganas hasta el punto de hacerla sangrar.

Charlotte no se separó. Soportó el dolor, y como si drenara todos sus pensamientos, sus ojos estallaron en más lágrimas que bajaban por su mejilla, pero no emitió ningún otro sonido. Se aferró al cuerpo del castaño con fuerzas como si de esa forma también se afianzara a la realidad. Sus manos le tomaron por el contorno de su rostro y se colocó en las puntas de sus pies para corresponderle mejor.

Los labios de Alastor parecían disipar todos sus pensamientos negativos. Solo entonces pudo organizar todo en su mente, entendía que acababa de asesinar a alguien, pero ahora estaba en los brazos de su querido Al, nada podía estar mal. Ni si quiera el frío congelando los dedos de sus pies parecían molestarle.

Abrió sus ojos de par en par. Afuera había comenzado a llover y las gotas chocaban contra la ventana de su oficina. El otoño llegaba a su fin, dándole paso a un frío invierno. Solo entonces cayó en cuenta de su temperatura corporal, llevaba un buen rato temblando desde que había salido de la cantina (quizá por el frío, quizá por los nervios) hasta que Alastor la sostuvo en brazos.

Charlie no era la cura de Alastor.

Alastor era la cura de Charlie.

―Por favor, no me dejes. ―Murmuró amargamente contra sus labios y se aferró a él con todas sus fuerzas, ocultando el rostro en la curvatura de su cuello, sus lágrimas iban a parar en el uniforme azul de su paciente. Ahora no le importaba nada más, nada que no fuera estar con él.

Siempre tuyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora