―¿Querida?
Fueron las palabras de Alastor al separarse del contacto. Pues, como casi siempre, él había iniciado un movimiento provocador con sus labios, pero los de Charlotte se habían detenido y su cuerpo se puso rígido.
―¿Y bien? ―Insistió Alastor con la mirada fija en el rostro de la rubia, quien se empeñaba para no formar alguna mueca que la delatara.
El corazón de Charlotte empezó a retumbarle en los oídos y una ola de pánico ascendió por su cuerpo, dejando una sensación gélida en cada lugar donde el castaño tenía sus manos. Meditó su respuesta por centésimas de segundos, pero fue Alastor quien rompió la concentración al hundir sus falanges en la piel de la rubia y soltar una corta risita. No una malévola como la primera vez que se habían encontrado, si no una amable, cálida, que hizo recapacitar a Charlotte para buscar una respuesta.
―Si no utilizas esta ropa terminarás muriendo congelada aquí. No creo que hayas huido del hospital para fallecer por hipotermia. ―sentenció mientras se levantaba e iba liberando el cuerpo de la chica. Finalmente se encogió en hombros.
"¿Acaso estará sospechando?" Pensó Charlotte, porque lo último que deseaba en el universo era usar la ropa de una mujer asesinada.
―Oh, mi querido Alastor... Pensé que esta noche serías tú quien calentara mi cuerpo. ―respondió la rubia, esbozando una sonrisa pícara y tomando suavemente por la muñeca a Alastor, atrayéndolo hacia sí.
―Pero si hace un rato estabas cansada, dulzura. No pareces muy sensata.
―¿Has escuchado que hay que estar loco para estudiar psicología?
―¡Me lo imagino! No quiero ni pensar en la falta de cordura necesaria para estudiar psiquiatría.
Ambos rieron.
―Quizás la falta de cordura es una de las cosas que nos hace almas gemelas. ―respondió Charlotte, antes arrebatar un beso a Alastor en los labios mientras él la iba despojando de su ropa y bajo sus pantalones se formaba una erección.
El tema de la ropa quedó olvidado.
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La rubia despertó al día siguiente en medio de unas sabanas revueltas por toda la superficie de la cama. Demasiado contenta y satisfecha para notar que la ropa de la chica asesinada permanecía en la habitación, hecha un ovillo en una esquina. Lo que sí pudo notar fue la ausencia de Alastor. Su lado de la cama estaba helado.
Las primeras luces del amanecer atravesaban la ventana e iluminaban la habitación de madera. Charlotte tuvo que entrecerrar los ojos por el brillo mañanero, pues como toda persona, tenía el típico aturdimiento que se padece justo al despertar.
Cubrió su desnudez con una de las sábanas y empezó a buscar a Alastor. Incapaz de comprender el porqué de su repentina desaparición.
Cada pisada sobre la madera le provocaba un ligero escalofrío en su cuerpo; aún seguía helando afuera, por más que tratara de ignorar la sensación gélida, era imposible.
―¿Alastor? ― Preguntó al aire mientras recorría la casa. Suspiró con pesar y se arregló algunos mechones de cabello. Alastor era un ser escurridizo, y aunque lo tuviera cerca... él parecía huir.
En medio de una casa vacía, la ansiedad se apoderó de Charlie.
No podía oír nada más que el viento frío chocando contra las ventanas y su propia respiración. Afuera estaba el blanco espeso de la nieve, rodeando la pequeña cabaña. Su estómago volvió a gruñir... además, ahora sus muslos y caderas dolían, como si ese dolor fuese el recordatorio de que ahora (y por siempre) le pertenecía a Alastor. Pero si era de esa forma, ¿Dónde se encontraba?
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Siempre tuya
RomanceEs 1932, en Luisiana: tierra de magia negra e incontables asesinatos. Sin embargo, cuando por fin es capturado el autor de la mayoría de estos (Alastor), es internado en un hospital psiquiátrico. Jamás pudo haber imaginado que esa doctora rubia se c...