9. Érebos

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Los débiles rayos del sol invernal llenaron la oficina de Charlotte, y su calidez le acarició la mejilla hasta que le hizo despertar.

Estaba sola, durmiendo sobre el sofá, y por alguna razón, se sentía extrañamente feliz, hasta que todos los pensamientos de la noche anterior entraron a su mente de golpe.

Había asesinado a un hombre inocente, y había hecho... "eso" con Alastor. No, tal cosa, no podía ser. Estaba sola, pero de nuevo, el golpe de realidad volvió a sacudirla, y cayó en cuenta que su cuerpo desnudo solo era cubierto por la camisola marcada con el nombre de Alastor, pero él ya no estaba en su oficina. De su acto solo quedaba el característico aroma a sexo y las marcas de los arañazos que había dado al marco de la ventana.

―Charlie, ¿estás aquí? No te he visto llegar... ―Preguntó una voz del otro lado de la puerta mientras tocaba, haciéndola saltar sobre su mismo lugar.

―¡Vaggie! N-no entres, ¡no entres! ―Se apresuró a decir la joven doctora mientras se levantaba deprisa para arreglarse e intentar disimular lo mejor que pudiera. Ocultó la camisola de Alastor en uno de los cajones de su escritorio y tomó su ropa curiosamente bien organizada para entrar al baño y arreglarse torpemente, pero un extraño dolor en sus piernas le hacía caminar con dificultad y sus muslos parecían temblar a cada paso que daba.

Llegó a su baño dando tropezones y haciendo escándalo; solo podía escuchar a Violeta que seguía insistiendo desde la puerta.

―¿Estás bien? No te escuchas bien, voy a entrar.

Para cuando Violeta abrió la puerta, Charlie ya estaba en el baño y el sonido de la regadera apagaba el incómodo silencio, pero sabía que, al salir, Violeta la esperaría lista para interrogarla, así que tomó su baño con toda la calma del mundo, frotando su piel con fuerza en un intento por borrar las marcas que la noche anterior le habían dejado.

Pero resultaba casi imposible ocultarlas, tenía un montón de marcas en su cuerpo, principalmente los dedos de Alastor habían dejado líneas rojizas alrededor de su cadera y su cuello tenía un hematoma que resplandecía sobre su lechosa piel. Trató de cubrirlo con maquillaje, pero aún seguía notándose su color púrpura, la solución más ingeniosa en el momento pareció salir del baño con la toalla colgando del cuello, y tal como había predicho, Vaggie la esperaba expectante, sentada en una de las sillas frente a su escritorio.

―¿Puedes decirme qué ha pasado? Nunca te quedas aquí a no ser que sea alguna guardia, además hoy es tu día libre, ¿qué demonios haces aquí?

―He olvidado unos papeles para una consulta de un paciente. ―se apresuró a decir Charlotte para poner fin a la conversación, pero claramente Violeta no se lo permitiría.

―¿Quién?

―¿Quién qué? ―Respondió Charlotte entornando los ojos.

―¿Quién es ese paciente? Me refiero a que Alastor Roux no tiene ningún documento pendiente... a no ser qué quisieras revisar su caso algo más a fondo...

―Eso a ti no te concierne. ―de un momento a otro, Charlotte se había puesto a la defensiva. Recordó entonces que seguía enfadada con ella por todas las intromisiones que había intentado hacer con su caso de Alastor.

―Pues yo creo que sí. ―Violeta tenía un semblante tranquilo, a diferencia de Charlotte, y le extendió una carpeta con documentos en su interior.

La doctora dudó en tomarla, pero lo hizo y al abrirla se produjo un gran silencio de nuevo en la oficina.

―¿Qué significa esto Violeta? ―Los ojos de Charlie leían cada palabra escrita en esas hojas, pero no creía ni podía procesar esa información.

Siempre tuyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora