10. Dionisio

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La celda de máxima seguridad donde estaba Alastor era idéntica a como la recordaba, una inmensa fortaleza de cemento gris con una habitación de cristal a prueba de balas en medio, para que pudiera ser observado las 24 horas del día. Esta vez, el menudo paciente no lucía igual de confiado, estaba durmiendo en su cama, y al parecer sufría de pesadillas pues temblaba ligeramente y en su rostro se reflejaba dolor.

Charlotte apoyó las palmas de sus manos contra el frío cristal, solo así podía verle mejor y dudó por unos instantes si entrar o no, pero debía confrontarlo y asegurarse que se encontraba bien... aunque muy dentro de ella sabía que estaba bastante lejos del bienestar.

Tras pasar el umbral de la puerta de cristal, caminó en lentos pasos hacia la cama de Alastor, y como un acto de inconsciencia, extendió uno de sus brazos para acariciar uno de los mechones de cabello que tenía esparcidos por su rostro, aunque antes de que pudiera tocarlo, la pálida mano de Alastor la detuvo por la muñeca. Sus reflejos eran excelentes.

Sus miradas chocaron por unos segundos, como si ambos buscaran comprobar de quién se trataba la otra persona, pero fue Charlotte quien rompió a llorar con silenciosas lágrimas y su labio inferior lleno de espasmos. No pudo resistirlo más y le saltó encima, rodeando su delgado cuerpo con ambos brazos.

Era real, era su Alastor, y estaba ahí, en medio de la celda de Máxima Seguridad después del tratamiento de Electro-shock... Todo por culpa suya.

―Pensé que te matarían... ―empezó a sollozar Charlotte, con su voz quebrándose a medida que sus palabras avanzaban.

―Bueno, no podía dejar que esa bestia te dijera todo eso y no hacer nada. ―Tal parecía que la confianza de Alastor había regresado, actuaba como si no hubiera sufrido y Charlotte sabía que dañaría su orgullo si le preguntaba qué tan bien se encontraba. Solo disfrutaba de ese efímero momento, en el que ambos podían estar juntos sin nadie observándolos ni cuestionándose el porqué de su relación.

―Escucha, no podré quedarme mucho tiempo, querido... ―Se apresuró a decir Charlotte al percatarse de todo el tiempo que habían pasado abrazados. Hubiera dado su vida entera con tal de detener el tiempo y quedarse así, prendada a él eternamente... Pero debía salir de ahí, pues a medida que pasaba el tiempo, aumentaba la probabilidad de ser encontrados.

―Vendré a verte a diario y te sacaré de aquí, te lo prometo. Por favor, por favor. Solo debes tener algo de paciencia. Esto no será para siempre. ―Murmuró Charlotte entre tartamudeos y con las lágrimas deslizándose por sus mejillas.

Ma belle princesse, yo creo en ti. ―Respondió Alastor, regalándole una dulce sonrisa. Poco le importó ver a su doctora totalmente desaliñada. Ni si quiera ella podía recordar que no había comido nada en todo el día, que su uniforme estaba arrugado por todos lados, su cabello totalmente despeinado y su maquillaje corrido. Su aspecto en ese momento era todo lo contrario a como normalmente era.

Alastor era el único responsable de haberla corrompido hasta el punto que ella prefiriera el bienestar del locutor al propio. Él lo sabía, todo iba conforme a su plan.

Tras un húmedo beso, se despidieron y Charlotte se apresuró a limpiarse las lágrimas con la manga de su bata, dejando una enorme mancha de delineador negro en ella. En cuanto creyó haber recuperado la compostura, salió de la sala, disimulando las enormes ganas que tenía de volver.

―Te veré luego, Horace. ―Se despidió la doctora, sin si quiera mirar al guardia y caminó lenta pero decididamente a su oficina. Debía encontrar una manera de regresarle con los demás pacientes, de eliminar todos esos injustos tratamientos que le subministraban a Alastor. Ella debía ser su salvadora, quizás con ello... quizás con ello podría conseguir su amor.

Siempre tuyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora