2. Catharsis.

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Charlotte sentía una inmensa carga en sus hombros... literalmente. Le dolían horrores y sentía una fuerte punción en el lado derecho de su cabeza, síntomas que atribuyó al estrés del día anterior. Aunque su corta reunión había durado escasos 30 minutos con el nuevo paciente, ella sabía que se trataba de alguien de cuidado. Solo esperaba que fuese asignado a otro doctor y no a ella, ya había hecho suficiente por él.

―¡Charlie! ―La joven doctora apenas había ingresado al hospital cuando ya había escuchado una voz de desesperación llamando a sus espaldas  y al voltear se encontró con la figura de su asistente acercándose rápidamente. ―

―Es Alastor ―tras tomar un poco de aire, su asistente continuó. ― Dice que quiere verte, y se niega a comer hasta que se cumpla.

―Querida Vaggie.... ―le llamó de forma cariñosa ― ¿Desde cuando cumplimos las peticiones de los pacientes en este hospital? Estoy segura de que ya pasará. Dale tiempo. ―Palmeó su cabeza a modo de apoyo y entró a su oficina como si con ello se le pudiera olvidar asunto, aún había muchas cosas que hacer y su mente no podía preocuparse por un solo paciente pues había al menos 100 más internados en el hospital.

Sin embargo, a medida que pasaban los días, Violeta le recibía de la misma manera, advirtiéndole que el joven se resistía a probar bocado hasta que su solicitud fuera dignamente atendida

―Quiere verte a ti. ―Insistió Violeta con enormes ojos tristones hacia Charlotte.― Sólo dale un vistazo. Ya van 5 días que deja las charolas de comida igual que como se le entregan. ―Al igual que la doctora Charlotte, Violeta sabía que infringiría su código ético si no iba a verle.

Tras apretar los labios y plantearse rápidamente todas las posibilidades, aceptó. No importaba lo difícil que se tornara el caso, muy dentro de su corazón, sentía que adentro de cada persona había algo de luz y la iniciativa por mejorar... Incluso en aquellos encontraban placer en asesinar. Quizás esa era la mayor de las razones por la que se negaba a verle; el simple hecho de ver su orgullo al hablar de sus crímenes eran suficientes para asquearla. 

Pero ya había tenido suficiente de sus estúpidos berrinches.

Sujetó su cortó cabello en un moño y se cercioró de no llevar ningún objeto punzocortante que pudiera ser usado en su contra. Tendría que hacer montones de notas mentales sobre su reunión.

No recordaba la última vez que había estado en las cabinas de máxima seguridad, lugar donde había sido confinado Alastor tras ser clasificado como un paciente con un alto grado de hostilidad. Solo encerraban ahí a los delincuentes demasiado 'chiflados' para ir a prisión o que podían llegar a lastimarse a sí mismos o sus compañeros, y Alastor encajaba perfectamente en esos perfiles.

Era como si entrara a un hospital completamente diferente: no había azulejo en el piso sino un duro y gris concreto de construcción balística. Cada paciente ocupaba una habitación y dentro de esta, permanecían encerrados en una cárcel de vidrio especial a prueba de balas con un grosor de 13 cm. así los vigilantes podían observarlos a cada momento del día.

Al llegar a la celda correspondiente, entró luego de mostrarle su identificación al guardia que cuidaba la sala. Un hombre fornido de casi 2 metros de altura con su uniforme policial. Llevaba su casco y un arma larga que parecía más bien un juguete en sus marcados brazos atléticos. Entró a espaldas de ella y cerró la puerta.

Fue entonces cuando lo pudo ver a través de las paredes cristalinas de la cárcel de vidrio.

Su impresión fue similar a la primera vez. Alastor estaba sentado en el borde de su cama, tal como si le estuviera esperando. Ciertamente, se podía ver que había perdido algo de peso pues su figura era más delgada aún de lo que lograba recordar. Esta vez llevaba unos pantalones y camisola de manga corta del mismo tono azul cielo, permitiéndole ver el montón de marcas que tenía en ambos brazos, algunas más profundas que otras. En su primer encuentro no las había visto gracias a la bromosa camisa de fuerza que llevaba encima, pero ahora, esas marcas casi brillaban sobre su piel pálida.

Siempre tuyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora