Capítulo 4

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Clariss

Llega el chef a bordo a traernos una comida exquisita.

Me gustaría preguntarle si sabe que estoy aquí en contra de mi voluntad, pero al ver que ni se inmuta ante el hombre con pasamontañas, y se retira rápidamente sin mirarme, comprendo que perdería mi tiempo.

Como lo que me apetece sin hablar o mirar a Pasamontañas, pero él sí me mira.

Puede que le guste verme comer.

—¿Quieres champagne? —pregunta agarrando la botella por el cuello.

—Lo que sea para olvidar que me encuentro aquí sin mi consentimiento. —Ni se inmuta ante mi ataque mientras acerco mi copa para que la llene. —¿Cuántos días llevo aquí?

—Solo unos días. Cuando te esposé allí abajo, era lunes por la mañana. Dormiste muchas horas. —Recordar aquel momento me da escalofríos.

Necesito saberlo y se lo pregunto sin rodeos.

—¿Qué quieres de mí?

Mi respiración se acelera mientras espero la respuesta.

—¿Estás dispuesta a darme lo que quiero? —pregunta en un tono bajo, haciendo que las palabras tengan peso.

Y aceleran mi ritmo cardíaco aún más.

—Depende. —Nos miramos en silencio, esperando las palabras que saldrán por su boca.

La tensión se puede sentir. Tengo el corazón en la garganta, la respiración agitada y el vello en todo mi cuerpo de punta.

—Quiero... que me conozcas. Te quiero para mí.

Pudo buscar otra forma para que suceda, pienso.

—No puedes simplemente quererme para ti, podría no gustarte —señalo lo obvio. —No me conoces —sentencio.

—Sí lo hago —dice muy confiado y frunzo el ceño. —Conozco a tu familia desde hace cinco años, y te conozco a ti ese mismo tiempo.

—¿Qué? ¿Cómo conoces a mi familia? —pregunto sin comprender nada.

—Trabajé para tu padre. Desde que te vi años atrás, me cautivaste y te he seguido para informarme sobre tu vida. —abro los ojos de par en par. Lo que dice es de un completo acosador. —¿Recuerdas aquel tipo que fuiste a conocer personalmente a un bar luego de semanas de mensajes? Te tomó tiempo decidir si valía la pena conocerlo, y cuando lo haces, el imbécil te deja porque tenía que irse de urgencia a la casa de su novia.

Contengo el aliento. Él no debería saberlo.

—¿Cómo sabes eso? —Lo miro estupefacta, esperando.

Recuerdo muy bien ese día, y mis ganas de arriesgarme a conocer el amor, pero el idiota me destruyó. Tenía novia. No sabía que tenía una.
Nadie merece ni espera conocer una persona y que le mientan así.

—Lo sé debido a que yo estaba allí —dice con seriedad. —Cuando lo vi ir al baño, lo seguí y convencí para que te dejara con cualquier excusa o conocería la fuerza de mis puños —me levanto de golpe de la silla.

—¡Eres un imbécil! Luego de ese día no quise conocer a nadie más, me hiciste alejar de los hombres. —El enojo y la indignación tiñen mis palabras.

—Era justo lo que quería. —No lo soporto más. Agarro mi copa y le tiro el contenido en su ridículo pasamontañas. —Come y bebe tus mierdas solo —Doy media vuelta y me voy a mi habitación sintiéndome mínimamente satisfecha por haberlo tomado por sorpresa con mi arrebato.

Destino sin opciones © [Editando] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora