—¿Me queda bien, Dian?
Diana levantó la mirada de la pintura negra con la que matizaba un poco la fealdad de sus pies. Orión no sabía dónde mirarla: si a la cara, a las diminutas uñas que se pintaba o a los pies.
Orión empezó a hacer toda una serie de posturas de modelos, a cada cual más ridícula que la anterior, sin recibir una respuesta.
—¿Dian? —Orión intentó acaparar su atención—. ¡Dime algo!
—¡No vas a una boda! Eso te digo.
Su compañera de piso bajó la mirada y zanjó la conversación.
Orión refunfuñó. Estaba en las mismas que hacía un rato. Diana se negaba a darle un consejo sensato: nada sobre si ese color azul claro era adecuado, nada sobre si la camisa le combinaba con el pantalón blanco, nada de si esos zapatos marrones resaltaban mucho.
¡Nada! Solo que no se vistiese para una boda. ¡Precisamente lo único que tenía una respuesta lógica...!
—Dices eso porque no has conocido a Heine...
Tras soltar eso entre dientes, Orión volvió al vestuario.
—¿Sí que tienes planes hoy, dices?
—Sí... bueno... sí.
Heine titubeó. Su duda tan marcada sonsacó interés en los ojos de Ángela.
—¿Qué quiere decir eso? O tienes o no tienes —rio ella.
Su mirada siguió manteniendo esa sonrisa perspicaz al descubrir que, aunque su mesa estaba mucho más abarrotada que la del chico (estuche, apuntes en limpio y en sucio, subrayadores, marcadores adhesivos y una calculadora de manera excepcional), Heine todavía estaba ocupado trayendo a su bolsa sus cuatro papeles.
Acababa de terminar la clase de Análisis Matemático; Ángela había intentado sacar ese tema de conversación antes, entre cuchicheos a espaldas del profesor y de su pizarra sin apenas letras latinas, pero no lo había conseguido. Era ahora, casi a la salida, donde ella aprovechaba y lanzaba esa pregunta de sopetón.
Y Heine se había puesto nervioso. ¿Y quién no, con aquellos ojos azules taladrando y observando cada una de las reacciones de uno?
—Quiero decir que en principio sí, pero que no tiene nada que ver con el día que sea... Es viernes.
Expuso lo que para él era evidente, pero, para Ángela, quizá no lo era tanto.
Ya solamente quedaban ellos dos recogiendo tras la clase. El profesor se despidió al aire y les pidió apagar las luces al salir. Ángela asintió y Heine siguió sin atinar a recoger.
Cuando se le acabó la paciencia, Ángela fue quien agarró sus propios papeles y lo empujó con la mano que le sobraba.
—Anda, ¡sal!
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Tú conmigo y yo conmigo
RomanceLos polos opuestos se atraen. Esto suena muy romántico, pero Orión Calabuig y Marcos Heine no viven en ningún cliché amoroso, sino más bien todo lo contrario. Desde que se conocieron en un autobús y tuvieron la estúpida idea de quedar todos los vier...