Varios hitos se habían desencadenado tras el trabajo final de universidad de Heine.
Por nombrar unos cuantos: un máster en finanzas en una prestigiosa universidad madrileña, una carrera de Bellas Artes terminada a trompicones, un trabajo final de arte, un par de curros de verano, un puesto de trabajo en uno de los bancos de más renombre de la capital española... y la nada despreciable adquisición de un pisito madrileño en buena zona.
Habían sido un par de años frenéticos, donde Orión y Heine habían estado bastante lejos el uno del otro. Que si fin de semana por allí, que si viernes de reencuentro por allá, que si viaje a Alemania, que si vuelta al pueblo.
Heine ya tenía la vida resuelta. Increíble pero cierto, y nada que sorprendiera tras verlo trabajar tan duro en la universidad.
Sin embargo, la suerte no sonreía igual para todo el mundo, y Orión se había estado quejando día tras día por haberse visto obligado a regresar a casa de sus padres. De haber seguido así, se habría puesto tan mustio que las hojas de su pelo en forma de flor de pascua se habrían caído a pedazos, como si hubiera terminado la Navidad.
Así que había ocurrido lo inevitable.
Orión había empaquetado sus cuatro cosas, que incluían lienzo, pinceles y maletín de óleos; tras un buen puñado de horas de tren y GIFs nerviosos (entre los que se incluía a un Will Smith mordiéndose las uñas), se había plantado en la liosa estación de Atocha, esperando a un Heine que acudiera a su rescate...
Había llegado el día, y tal vez fuese mera coincidencia, ironía o un simple dato curioso...
Pero aquel día era un viernes.
—O sea, me estás diciendo que me he metido cuatro horas de tren...
—Tres...
—Tres, las que sean —farfulló Orión—. Vengo del tren hecho mierda, está Madrid entero con mil cosas que hacer, que si bares, que si cines, que si museos; el primer día que estoy aquí, ¿y tú me llevas a hacer la compra?
Heine sonrió sin decir nada, mientras doblaba el volante de ese monovolumen que todavía olía a concesionario (aunque lo tuviera desde hace tres meses: cómo no). El motor silencioso los empujó sin esfuerzo fuera de la empinada calzada del garaje, pronto abandonaron la avenida tranquila y las congestionadas vías principales de Madrid agobiaron a Orión sólo de verlas.
Había extrañeza entre ambos, como si hubieran cambiado tanto como para no reconocerse. Tantas cosas que contarse, tantas ganas de devorarse con los ojos y con lo que no eran ojos...
Tantos planes que hacer, y Heine había decidido que ese viernes era un gran día para hacer una compra general.
—Aunque no sé de qué me extraño —continuó Orión, hilando con esos pensamientos que Heine le veía en los ojos, entre las pausas de los semáforos y los escuetos pasos de cebra—. Tengo al rey del orden y la organización aquí...
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Tú conmigo y yo conmigo
RomanceLos polos opuestos se atraen. Esto suena muy romántico, pero Orión Calabuig y Marcos Heine no viven en ningún cliché amoroso, sino más bien todo lo contrario. Desde que se conocieron en un autobús y tuvieron la estúpida idea de quedar todos los vier...