—Heine, hoy quiero jugar a algo...
A decir verdad, aquel tipo de insinuaciones no siempre hacían mella en él. A veces no le apetecía; estaba muy cansado de toda la semana, de los exámenes, o acababan de jugar justo ayer.
Sin embargo, hoy Heine parecía haber captado la indirecta a la perfección. Desde el sofá, levantó la cabeza en un gesto casi sensual y le sonrió. Era increíble lo que ese chico se había ido abriendo con Orión gradualmente, aunque todavía no lo dejase ir a sus partidos de fútbol o presentarse a su padre (¿pero para qué quieres conocer a mi padre, si casi no viene a Valencia?, le decía. ¡Y yo qué sé! Quiero ver cómo es, como sea tan serio como tú...).
Orión, en fin, siempre lo tachaba de soso, y alguna que otra vez sin motivos, porque en días como este quedaba claro quién iba a llevar la voz cantante. A Heine le costaba más encender la chispa, pero...
—¿A qué quieres jugar? —murmuró Heine, mirándolo de cerca, con la cabeza sobre su hombro.
Orión continuó tecleando en su ordenador portátil. Tenía un tamaño normal, pero parecía de bolsillo entre sus muslotes tan grandes. Sobre uno de esos muslos puso Heine su mano, para darle señas de que estaba allí y de que aceptaba el reto. Le sonreía picarón, y todo apuntaba a que se iba a lanzar con un beso a su mejilla...
—Sí, lo he decidido.
Pero el beso de Heine, alias El Soso Atrevido, nunca llegó. Orión lo miró de golpe y lo ignoró con descaro.
—Quiero que me ayudes a hacerme Youtuber. ¡Necesito una mente brillante! Yo pongo el físico y tú todo lo demás.
Heine no pudo responderle de ninguna manera. No solo lo malinterpretaba por una vez y Orión no se le estaba insinuando (aunque, si se paraba a pensarlo, él no se insinuaba... atacaba directamente), sino que además acababa de pronunciar algo absurdo, ridículo... disparatado...
¿De verdad iban a malgastar la tarde para los dos en eso?
—Espera, ¿qué?
¿La tarde del viernes, además?
—¿Qué es mejor, móvil o webcam? Creo que webcam, ¿no?
—¿Pero qué vas a contar tú, fantasma?
Heine rebobinó la cinta de Orión en su cabeza, intentando localizar las tonterías que había concatenado en su habla; encontró, concretamente, eso que acababa de decir sobre su físico. Heine no podía decir que a él no lo atrayese, pero Orión no destacaba precisamente por sus tardes de gimnasio...
Heine acababa de pensarlo. Su relación de pareja se definiría perfectamente en un tú conmigo y yo conmigo, donde, por supuesto, el emisor no era otro más que Orión.
Tú conmigo, Heine, lo imaginaba diciendo. Tú quédate conmigo, y si eso yo estaré conmigo mismo, también.
—¿Cómo que qué voy a contar? —clamó Orión, como si escuchase las reflexiones mentales de Heine, esas sobre las sanas posesiones de pareja—. ¡Soy artista! ¡Voy a hablar de técnicas de dibujo! Y los diarios estos de vídeos son lo que se lleva, muchos colegas de clase tienen uno; mira, esta semana nos hemos cruzado con uno de la uni que se ve que era famoso y todo, ¿sabes? Dos amigas mías locas por hablar con él, ¡y era un pavo normal!
—O sea —razonó Heine—, que te da envidia.
—¡No es eso! Quiero tenerlo porque tengo cosas que contar... Dale al play cuando te diga.
Orión le pasó el portátil a su pareja, que lo aceptó y sujetó como si de una bomba se tratase.
—¿Ah, que vas a grabar ya?
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Tú conmigo y yo conmigo
Roman d'amourLos polos opuestos se atraen. Esto suena muy romántico, pero Orión Calabuig y Marcos Heine no viven en ningún cliché amoroso, sino más bien todo lo contrario. Desde que se conocieron en un autobús y tuvieron la estúpida idea de quedar todos los vier...