8 | Trabajo final

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Aquel hombre de semblante firme y sereno, que por el parecido tenía que ser padre de Heine, ocupaba el asiento más frontal de la exquisita sala de conferencias. Se había colocado lejos del grupo de aspirantes a matemáticos que había un poco más atrás. El público más joven acaparaba la friolera de diez asientos.

Once personas y veintidós ojos aguardaban el comienzo de la presentación. Los tres profesores que hacían de tribunal completaban la estampa académica, en el lado izquierdo a los presentes y derecho a Heine.

Una pantalla con la imagen de la presentación, con un nombre tan largo e intrincado como para confundir a cualquiera, ponía la guinda del atrezzo en el que, sin duda, Heine se jugaba algo importante. No había más que verlo, vestido con su dichosa americana informal y los vaqueros bien oscuros y pegados al cuerpo, con las manos temblorosas y una sonrisa forzada.

Tras un buen rato de murmullo distendido, Heine consiguió ordenarle a su boca que se abriera. Pareció que los nervios se le escurrían por los labios en forma de vaho.

—Hola... Hoy, voy a exponer mi trabajo final de grado... Soy Marco-...

Y entonces, el único que faltaba apareció. Lo hizo antes incluso de que Heine dijese su nombre o, más bien, mientras lo decía.

—Perdón, perdón.

Heine se apresuró a seguir los protocolos de pérdida de nervios que estipulaban los buenos cursos de coaching, management y cualquier otro término inglés. Se imaginó a Orión desnudo, decapitado y con algo atravesándole el pecho, solo por la vergüenza que sintió al verlo.

Era la primera y última vez que Orión vería a Heine, en todo su esplendor, dentro de su facultad.

Era la primera y última vez que Orión vería a Heine, en todo su esplendor, dentro de su facultad

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—¡Ha estado muy bien!

—Y notaza, estaba claro, ¡aspirante a matrícula!

—No me lo creo ni yo...

Heine ya no podía contenerse la sonrisa. Ya había soltado todo y había salido todo bien. Incluso a la hora de responder las preguntas del tribunal se había lucido, y aquellas eran las que finalmente lo habían llevado a esa nota máxima en su trabajo final de carrera.

Oficialmente, Heine acababa de terminar la carrera de Matemáticas.

Su padre también sonreía, y eso que no solía hacerlo. Su cabello moreno parecía el de un Heine con veinte años más de edad, tenía el rostro alargado y bien definido y la inteligencia le brillaba en sus ojos castaños.

El aura de ese hombre trajeado rebosaba seriedad, serenidad y elegancia, y su voz sonaba tan grave como una caída libre a través de un ascensor:

—Enhorabuena, hijo.

—Gracias, papá...

Al mirar hacia él fue cuando se cruzaron sus miradas. Orión también le estaba sonriendo, aunque no fuese más que un extraño allí y estuviese fuera del círculo, y aunque le evitase los ojos a su padre, algo que a Heine le hizo bastante gracia. ¿A Orión podía darle vergüenza algo? Por lo visto, sí podía.

Tú conmigo y yo conmigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora