Aquel hombre de semblante firme y sereno, que por el parecido tenía que ser padre de Heine, ocupaba el asiento más frontal de la exquisita sala de conferencias. Se había colocado lejos del grupo de aspirantes a matemáticos que había un poco más atrás. El público más joven acaparaba la friolera de diez asientos.
Once personas y veintidós ojos aguardaban el comienzo de la presentación. Los tres profesores que hacían de tribunal completaban la estampa académica, en el lado izquierdo a los presentes y derecho a Heine.
Una pantalla con la imagen de la presentación, con un nombre tan largo e intrincado como para confundir a cualquiera, ponía la guinda del atrezzo en el que, sin duda, Heine se jugaba algo importante. No había más que verlo, vestido con su dichosa americana informal y los vaqueros bien oscuros y pegados al cuerpo, con las manos temblorosas y una sonrisa forzada.
Tras un buen rato de murmullo distendido, Heine consiguió ordenarle a su boca que se abriera. Pareció que los nervios se le escurrían por los labios en forma de vaho.
—Hola... Hoy, voy a exponer mi trabajo final de grado... Soy Marco-...
Y entonces, el único que faltaba apareció. Lo hizo antes incluso de que Heine dijese su nombre o, más bien, mientras lo decía.
—Perdón, perdón.
Heine se apresuró a seguir los protocolos de pérdida de nervios que estipulaban los buenos cursos de coaching, management y cualquier otro término inglés. Se imaginó a Orión desnudo, decapitado y con algo atravesándole el pecho, solo por la vergüenza que sintió al verlo.
Era la primera y última vez que Orión vería a Heine, en todo su esplendor, dentro de su facultad.
—¡Ha estado muy bien!
—Y notaza, estaba claro, ¡aspirante a matrícula!
—No me lo creo ni yo...
Heine ya no podía contenerse la sonrisa. Ya había soltado todo y había salido todo bien. Incluso a la hora de responder las preguntas del tribunal se había lucido, y aquellas eran las que finalmente lo habían llevado a esa nota máxima en su trabajo final de carrera.
Oficialmente, Heine acababa de terminar la carrera de Matemáticas.
Su padre también sonreía, y eso que no solía hacerlo. Su cabello moreno parecía el de un Heine con veinte años más de edad, tenía el rostro alargado y bien definido y la inteligencia le brillaba en sus ojos castaños.
El aura de ese hombre trajeado rebosaba seriedad, serenidad y elegancia, y su voz sonaba tan grave como una caída libre a través de un ascensor:
—Enhorabuena, hijo.
—Gracias, papá...
Al mirar hacia él fue cuando se cruzaron sus miradas. Orión también le estaba sonriendo, aunque no fuese más que un extraño allí y estuviese fuera del círculo, y aunque le evitase los ojos a su padre, algo que a Heine le hizo bastante gracia. ¿A Orión podía darle vergüenza algo? Por lo visto, sí podía.
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Tú conmigo y yo conmigo
RomanceLos polos opuestos se atraen. Esto suena muy romántico, pero Orión Calabuig y Marcos Heine no viven en ningún cliché amoroso, sino más bien todo lo contrario. Desde que se conocieron en un autobús y tuvieron la estúpida idea de quedar todos los vier...