Los polos opuestos se atraen. Esto suena muy romántico, pero Orión Calabuig y Marcos Heine no viven en ningún cliché amoroso, sino más bien todo lo contrario. Desde que se conocieron en un autobús y tuvieron la estúpida idea de quedar todos los vier...
Comentario de autora: ¡Tú Conmigo y yo Conmigo va llegando a su final!
Mil gracias a quienes me habéis acompañado con mi primera historia. He disfrutado muchísimo compartiéndola y leyendo vuestras reacciones, así que espero darle un final a la altura.
Y a la altura no sé si estará, pero de longitud... ya os digo yo que sí 😂
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La capacidad de volver anecdótica cualquier circunstancia continuó siendo la seña de identidad entre Orión y Heine. Aquello no cambió tras tantos años de relación, altibajos variados, unos cuantos trámites de adultez y, en definitiva, su vida rutinaria sin nada de especial.
No les faltó el típico viaje de amor a las Canarias, ni la discusión de sofá y portazo. Tampoco escasearon las comidas familiares de domingo, o las cajas de bombones y ramos de rosas por San Valentín.
Pero Orión dio un espectáculo con su piel quemada en un supermercado de Tenerife (las toneladas de after-sun no lo salvaron del desastre), Heine se pasó una semana martirizándose en público por mandar a Orión al sofá, el padre de Heine jamás descubrió la faceta payasa de su yerno y Orión juró que un día dejaría de regalarle a Heine idioteces propias de consumismo y lo retrataría desnudo, creando una obra de arte que pudieran colgar detrás del sofá.
—Como se te ocurra hacer eso, te echo de la casa.
Por eso, cuando les llegó aquella invitación de ornamentación elegante y lettering exquisito, tan común y carente de importancia, su reacción no fue nada corriente.
Todo se contagiaba y quizá a Heine, tras tantos años de convivencia, se le habían contagiado un poco esos aires de fantoche del pelirrojo.
—Ya sé lo que me vas a decir —dijo, como si estuviese dentro de su cabeza.
Acababan de terminar de comer. Era un sábado corriente, de esos de manta, sofá y Netflix, aunque en el abril madrileño ya no hiciesen falta mantas, ellos hubieran acordado que se veían mejor las películas en la cama y no aguantaran ni cinco minutos tumbados sin comerse la boca.
Es que... se veían poco entre semana. Entre ambos aun ardía la pasión del mismo día y el mismo autobús valenciano en el que se conocieron...
—¿Ah, sí? —sonrió Orión, mientras Heine se levantaba para retirar los platos de la mesa—. ¿Y qué voy a decir, a ver?
Heine dejó los platos y cubiertos sobre la encimera de la cocina. A través de la puerta abierta, Orión pudo contemplar su postura teatral desde el comedor.
—¡Oh, no puedo creer que vaya a ser ya! —exclamó Heine, con voz aguda, llevándose una mano abierta a la frente y arqueando el cuerpo hacia atrás—. ¡Cómo se lo callaron en la cena del mes pasado, cabrones! ¡Pero seguro que tú lo sabías y no me habías dicho nada! ¡Habrás visto el vestido, el pastel, el menú y hasta el spa donde nos vamos a quedar...!