6 | Solo un partido de fútbol

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Heine apenas se estaba desplazando del sitio en esos momentos. Carrerita tímida para allí, trote básico para allá. Aquel tímido movimiento debía de responder a alguna jugada ensayada, o colocación estratégica, que el jugador de dorsal número cuatro ocupaba dentro del equipo.

Que Heine se estuviera tan quieto en el mismo sitio era algo que a Orión lo desconcertaba. Él estaba allí para verlo jugar al fútbol y sudar la camiseta.

El pelirrojo loco no había pasado ni de la entrada al campo. Estaba escondido entre la puerta metálica del cutre estadio y el pasillo principal hacia la escueta fila de gradas. A su paso, la gente lo miraba con extrañeza. Una chica incluso lo había invitado a subir, como si Orión se hubiera perdido o no quisiera estar ahí arriba sin compañía.

Qué idiotez. Pero si compañía ya tendría, si quisiera.

Estaba escuchando a la famosa Ángela cerca de allí, describiéndole las jugadas que no veía (ni entendía), mientras animaba a Heine o le despotricaba a gritos. ¡Pero pásale a Jaime, que está solo!, gritaba ella. Ángels, si no lo ve, ¿no ves que no lleva las gafas?, le respondía algún chico que la acompañaba. Pues que se ponga lentillas, menudo partido está haciendo.

Orión sospechaba que el equipo de Heine iba perdiendo. No podía saberlo, puesto que no veía la portería contraria desde allí, y, además, no había ningún marcador o arbitraje avanzado que indicara los goles. 

¿Y qué era un gol, exactamente? Porque antes, en un aspaviento propio de ninja, Orión había alcanzado a ver la bola chocar contra la red contraria, pero Heine se había llevado las manos a la cabeza en un gesto dramático y demasiado expresivo para lo que era ese chico en un viernes habitual.

Qué curioso era ver a Heine expresando algo, desviviéndose por los balones (aunque nunca abandonara ese lateral izquierdo) y siendo llamado "Marcos" por sus compañeros de equipo.

Un señor no uniformado corría de un lado para otro, como un tipo con prisa detrás del metro, pero Orión no tenía claro si a aquella persona se le podría considerar árbitro. Ángela y su acompañante desconocido clamaban acerca de fueras de juego, saques de banda, despejes acrobáticos y medios centros, en ese idioma que Orión no conocía ni, sinceramente, tenía ganas de conocer.

Por amor se hacían muchas cosas, pero siempre bajo un cierto límite.

Por ejemplo, por amor Orión podía haber buscado en Internet la semifinal de esa copa universitaria, haber encontrado entre páginas de todo tipo la ubicación de ese encuentro, haber tomado un tranvía y haberse plantado allí, a sabiendas de que se iba a llevar un rapapolvo como Heine lo descubriese. Orión se sentía un superhéroe que ya mascaba la tragedia en la ciudad.

Por amor se hacían muchas cosas, se aguantaban otras tantas, y si la otra persona era Heine... todavía más.

—¡¿Pero tú qué haces aquí?!

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—¡¿Pero tú qué haces aquí?!

Para cuando Heine salió del terreno de juego y se le plantó delante, Orión todavía estaba lamentándose de que Ángela se le hubiera escapado sin verle la cara.

Tú conmigo y yo conmigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora