Esa noche, Orión ganó una batalla frente al tercer compañero habitual en su cama: el insomnio. Su situación no había vuelto a ser tan crónica como la de su primera semana en Madrid, pero los turnos nocturnos de su trabajo le habían trastocado del todo el horario de sueño.
Que hoy su mal dormir le hubiese dado tregua era una bendición para el frenético día que tenían por delante.
¡Una boda en un hotel de muchas estrellas no se vivía todos los días!
Bajaron a desayunar nada más levantarse. Orión desprendía energía mientras Heine aún intentaba despegar sus ojos de las legañas. El pelirrojo loco halagó la variedad del desayuno y entabló conversación con una familia a la cola de las tostadas. Heine seguía sin ver caras conocidas, ni tenía ganas de verlas ahora mismo. La somnolencia le duraba hasta cuatro horas más tarde de salir de la cama, pero Orión ya lo respetaba y lo quería como era.
Enseguida regresaron a la habitación para engalanarse, algo que a Orión solía llevarle bastante tiempo. El pelirrojo estaba tan lúcido que dio con el argumento estrella para poder vestir la dichosa camisa de las cerezas:
—Heine... es mi cumpleaños. Déjame que me dé un capricho, anda.
Y a Heine algo le decía que no iba a ser la última vez que escuchase hoy esa excusa...
Qué cruz, pensó.
Heine se entretuvo más de la cuenta buscando su reloj de pulsera elegante, el mismo que llevaba meses con la hebilla rota (¡que no te lo has traído! ¿Es que no te acuerdas?), a Orión se le cayó una cajita del bolsillo de la americana...
Heine estaba de los nervios, por las prisas y por lo que Orión se guardaba con tanto secretismo...
—¡Venga, joder!
—¡Leñe, es que no encuentro nada esta mañana!
—¡Ni esta ni ninguna!
Orión salió del hotel a regañadientes. Hasta que no se montó en el asiento de copiloto, Heine no se fijó en un pequeño detalle que pasaba desapercibido tras su camisa llamativa y absurda.
—Llevas la americana del otro traje... ¿Lo sabes?
Y no llevas esa en la que has metido la caja dichosa, completó mentalmente.
—¡Mierda!
No había tiempo para volver al hotel, pues casi llegaban tarde a la misma ceremonia. Heine quizás pegó algún acelerón más brusco de la cuenta para alcanzar a tiempo la capilla. No dejaron de gruñirse el uno al otro hasta que no se sentaron en los bancos más alejados del altar.
Apenas tuvieron tiempo de saludar a los novios, ni antes ni después del acto. Tras la gran oleada de arroz, que sacó las lágrimas de Orión y casi las de Heine, familia y conocidos se agolparon en torno a la pareja. Todo el mundo los llenaba de elogios, felicitaciones y besos.
Heine se sentía abrumado con tanto júbilo y gente alrededor. Estaba a punto de olvidarse del banquete y pedirle a Orión volver al hotel (y, sobre todo, a su jacuzzi), pero el pelirrojo estaba en su salsa. Ya había hablado con varias personas durante la ceremonia, y a la salida entabló una fugaz conversación con unas primas de alguien.
—¿De quién?
—Ni idea —rio Orión—. Pero muy majas. Yo creo que son nietas de la señora que teníamos al lado, ¿sabes cuál te digo? Esa que tosía tanto. Las he visto hablando antes. Me han dicho que están estudiando también en Valencia.
—¿Pero de verdad te ha dado tiempo a ve-...?
—¡Ángela, corre! ¡Que la han dejado sola!
Orión agarró a Heine del brazo y lo arrastró hasta la esquina de la capilla donde habían acorralado a la novia, como si él fuese el principal interesado en asaltar a su amiga y felicitarla en su gran día. Heine estaba tan bloqueado que parecía como si el compañero de universidad de los novios fuese más bien el pelirrojo loco.
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Tú conmigo y yo conmigo
RomanceLos polos opuestos se atraen. Esto suena muy romántico, pero Orión Calabuig y Marcos Heine no viven en ningún cliché amoroso, sino más bien todo lo contrario. Desde que se conocieron en un autobús y tuvieron la estúpida idea de quedar todos los vier...