Capítulo 25

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Remontemonos en el pasado, un poco después de la época de Cristo. Justo en el medio Oriente.

Cuando la educación sólo era un privilegio masculino; cuando la mujer era sometida (más que en la actualidad en ese lugar) a los deseos del género contrario.

Cristina era la menor de tres hermanas pero no era la pequeña de la casa debido a su hermano.

Era hermosa; ojos color miel, cabello de oro, tez como la nieve, labios rosados y medianos, estatura mediana.
Parecía una linda muñeca de porcelana.
Pero tenía un defecto.

Siempre deseaba saber más, no se conformaba con prepararse para ser una buena esposa y a vivir en cuatro paredes.
Amaba la naturaleza, las cosas extrañas, sentirse libre.

Eso podría ser un problema para sus padres, más aún siendo de clase media.
Así que de día se esforzaba por ser un buen estereotipo de mujer, pero por las noches se escabullía de su casa para ir con sus amigas, las famosas "brujas", que más que ser malas, se reunían para leer y para utilizar plantas medicinales.

Un pequeño secreto que no le haría daño a nadie.

Así era su vida, hasta que fue con hermanas afuera de la escuela, para ver a los niños.
A ella no le importaban, estaba demasiado ocupada descubriendo de a poco el mundo.

Pero lo conoció; sus ojos se cruzaron por un par de segundos antes de que el profesor las viera, ellas se echaron a correr pero Cristina se tropezó.
Para su sorpresa aquel muchacho la cubrió, distrayendolo.

Cuando el peligro pasó le habló

—¿Estás bien? —le tendió la mano pero ella la rechazó

—Ah si, gracias por lo de hace un rato —su vista se desvió hacia el cuadernillo que tenía entre su brazo. La portada que le hizo era llamativa al igual que el título

—Es un libro de matemáticas, es que nos están enseñando sobre Platón y lo que decía. Es demasiada información que tengo un cuaderno solo de él —se mostraba tímido —Eh, ¿te gustaría verlo?

Hizo su mejor esfuerzo para fingir que no le interesaba, pero había escuchado mucho de ese personaje de la boca de sus amigas mayores.
Le fue imposible, aceptó al minuto.

No leía muy bien, pero el niño de nombre Juan la ayudó.
Gracias a la ayuda, ahora podía leer sin trabarse, la biblioteca de su padre a la que se supone no tenía acceso.

Era grandioso, Juan respondía todo lo que Cristina quería. Entre el niño y las brujas, le proporcionaban información valiosa para ella.

Los menores poco a poco se volvieron cercanos, tanto que surgió el amor.

A los 15 años él se le declaró, Cristina aceptó gustosa y lo abrazó. Pero su padre la vió.

El señor ya la había vendido a un hombre de 40 años, no permitiría que tuviera ese comportamiento indeseable.

Juan trató de luchar por la chica que quería pero terminó siendo ahogado en el río más cercano frente a los ojos de Cristina. Justo esos ojos que tiempo atrás brillaban de jovialidad, ahora eran un mar de lágrimas.

Por primera vez se sintió culpable de querer, de buscar su libertad.

Llegó la fecha de su boda, sus hermanas y madre la arreglaron.
Estaba a nada de salir de su cuarto pero sus amigas se infiltraron.

—Cristina, ¿qué haces?

—Estoy a nada de casarme, hoy conoceré a mi esposo —sus ojos estaban muertos, parecía que ya no sentía nada. Se rindió ante su destino

Sunflower [En Corrección]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora