--¿Nos amabamos? ¿O solo creiamos que lo haciamos? --le sonrio el chico cruzandose de brazos. El ruso le miro unos segundos --. Ya nada es igual, ya no soy igual de ingenuo, mi hermano ha perdido la cordura, y a mi no me queda mucho para alcanzarle...
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El aire azotaba a ambos, Horacio sentado en el suelo abrazando sus piernas observaba desde las alturas la caótica ciudad, las fronteras estaban cubiertas por la malla, necesitaban un plan para poder salir de la ciudad sin ser vistos.
Gustabo observaba la espalda encorvada de su hermano a unos pocos pasos tras de él, estaba de pie pensando al igual que el otro salir vivi de allí.
—Deberías haber preparado algo —murmuró con fastidio Gustabo, comenzaba a sentirse atrapado.
—Agradece que sigues vivo.
El silencio cayó en ambos, Horacio se abrazaba a sí mismo por el frío y situación. Realmente estaba abatido.
—Yo no te dije que me salvaras —le recriminó el más bajo.
—¡No, no lo hiciste! —le gritó levantándose y girándose a verle —. Es más, ibas a matarme tu pero aún así te salve, ¡Lo he perdido todo Gustabo! ¡Todo! ¡Y aún así me dijiste que yo no daba nada por ti! —el rubio observó como el más alto estaba realmente colérico —. Así que cállate de una puta vez, por que ya no quiero salir de esta ciudad por ti, también quiero salir por mi mismo.
—Deberías controlar tus palabras pobre sin recursos —le gritó ahora encarándole —. Podría matarte aquí mismo.
Horacio camino hasta Gustabo y tomó sus muñecas subiendo sus manos hasta su propio cuello —. Pues entonces empieza, vamos, mátame —le encaro mirándole con rabia —. ¡Hazlo! —las manos de aquel sicopata solo estaban puestas sobre su cuello, sin ejercer ni una sola fuerza, se encontraba petrificado —. Si vas a darme palabras vacías mejor cállate y da ideas para sobrevivir de este embrollo en el que tu nos has metido.
Horacio dio un paso atrás haciendo que las manos de Gustabo dejaran de tocarle.
—Siento haberte metido en esto... —murmuró el chico en tono más tranquilo —. A veces Pogo me dice que mate a todos, o simplemente me recuerda tus galletas favoritas... estamos llenos de rabia, rabia que tu nos ocasionaste al darnos la espalda, confiábamos en ti.
Horacio le miró de reojo unos segundos, su labio temblaba.
—Yo nunca fui...
—¡Mira Gus! ¡Un osito! —exclamó el niño abrazando al osito que acababa de sacar del contenedor de basura.
—... Ni seré...
—Atracador abatido, ¿¡Has visto Gustabo!? —gritó.
—. Tan brillante como tu —murmuró sin mirarle —. Me ahogaba y tu ya no estabas para sacarme del mar lleno de pena como hacías...