15 | Todas hablan de chicas

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Adoro la suavidad que papá le otorga al mundo

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Adoro la suavidad que papá le otorga al mundo. No sé cómo explicarlo de otra forma que no sea esa; cuando él está cerca, todo se siente más ligero, ameno, suave y tranquilo.

Me lleva en el auto hasta la sala de ensayos, que queda a quince minutos desde nuestro hogar por la autopista. Ha dejado que elija la estación en la radio porque no vale la pena conectar algún teléfono para poner música propia, así que he optado por cambiar la frecuencia hasta dar con la estación pop. Papá mueve la cabeza al ritmo de una canción vieja de Selena Gómez y tamborilea los dedos contra el volante.

Voy susurrando las palabras de la canción a su lado, acomodada en el asiento de copiloto y acurrucada dentro de mi abrigo, que alguna vez fue de Nez, hasta que lo conocí y nos enamoramos perdidamente. O al menos yo, porque no creo que los abrigos puedan sufrir enamoramientos. Suertudos.

Papá conduce tranquilo. Vamos bien de tiempo, lo cual es un milagro para nosotros porque solemos ser de los que siempre llegan media hora tarde, así que no hay razón para subir la velocidad o sentirnos nerviosos.

Y sin embargo siento un cosquilleo intenso en el estómago.

Las cosas con papá siempre han sido demasiado fáciles. Supongo que el hecho de no haber tenido una madre le generó un peso irremediable en su conciencia y siempre se ha esforzado por darme todo y hacer que la ausencia de mamá no se notara para nada. Ha sido papá a tiempo completo, ha escuchado todos mis disparates y apoyado cada una de mis ideas —las que lo merecían, claro—.

No me explico cómo no le he contado aún lo que estoy a punto de soltarle, pero me imagino que se debe a que ni yo me lo creo aún.

—¿Te paso a buscar más tarde? Estaré en casa de Andrew, pero puedo escaparme y...

—No hace falta —sonrío—. Voy a salir con una amiga.

—¡Es cierto! —dice papá, recordando mi compromiso. Yo intento que mis mejillas no me delaten, pero papá no necesita un sonrojo para darse cuenta de que algo me ocurre. Me sonríe, pícaro, y se arrellana en el asiento—. ¿Cuál era su nombre?

—Eva —digo, agradecida de que sea un nombre corto. Papá levanta las cejas, insinuando algo que Nez lleva gritando por los aires desde que salimos ayer de la escuela. Le doy un empujón, más suave de los que le doy a mi mejor amigo, y papá se ríe—. No empieces. Es solo una amiga.

—Pues me alegra que salgas con tu nueva amiga. —Hace énfasis en la última palabra, haciendo que el revoltijo en mi estómago se mezcle todavía más, como si fuera una batidora a la que le han subido la potencia—. Nos vemos en la noche, ¿entonces?

—Sí —sonrío, pero no hago amagos de salir del auto. Papá entrecierra los ojos, intrigado, mientras me muerdo el labio inferior—. Tengo que decirte algo.

Simón Cruz es un hombre expresivo —a alguien tenía que salir—, así que la sorpresa baña su rostro sin disimulo. Levanta las cejas, revelando un poco más esos ojos verdes que desgraciadamente no heredé y frunce los labios.

Acordes para LilaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora