28 | Aquí y ella

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En cuanto Eva desaparece por las escaleras, mi mente hace clic y recuerda, entre toda esa nube de ensoñación que me provoca estar con ella, que Eva es vecina de mi ex-mejor amiga, a quien llevo evitando varias semanas

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En cuanto Eva desaparece por las escaleras, mi mente hace clic y recuerda, entre toda esa nube de ensoñación que me provoca estar con ella, que Eva es vecina de mi ex-mejor amiga, a quien llevo evitando varias semanas.

Me paso el resto del día mentalizándome el viaje hasta el hogar de Eva, la primera impresión que tendré luego de haberlo visitado por primera vez en ropa interior y de forma totalmente accidental. Necesito prepararme, confiar en que todo está bien, pero cuando llega el momento y ella me presenta a su madre en el auto, mis nervios cosquillean de manera inevitable.

La madre de Eva es agradable. Me sonríe con la desconfianza que tiene cualquiera al conocer alguien nuevo, pero se ve dulce. Comparten la misma mirada cálida, con densas pestañas y el brillo constante en las pupilas.

—¿Le contaste lo de...? —le susurro a Eva.

Ella se ríe y le da un apretón a mi rodilla, intentando tranquilizarme. Tiene el efecto contrario, por supuesto. Su mano en mi pierna, el apretón, la caricia posterior. No.

—No te ando humillando por ahí, Lila. ¿Por quién me tomas?

—Le contaste a Amelie —recuerdo.

Eva aprieta los labios mientras se sonroja. Su cara de culpable me otorga una suave nota de relajación.

—Es que necesitaba saber si ella te conocía.

—¿Y lo hacía?

—Sí —dice—. Bueno, ella te conoció oficialmente en el colegio según me contó, pero te recordaba de las fotos de Ian Luca.

Asiento.

Aún no comprendo muy bien eso que pasó entre ellos, pero que Amelie me recuerde por las fotos que Ian subía con nosotros cuando apenas éramos un grupo de chicos que se juntaba a soñar que tenía una banda, hace que algo dentro de mí se sienta cálido.

—Y tú le dijiste que eras «la de los gatitos».

Pero, Eva...

—¿Eres una máquina de almacenar datos humillantes sobre mí? —le reprocho.

Eva asiente, muy orgullosa.

Su casa está pegada a la de Kat, por lo que me apresuro a entrar en el patio y perderme de vista tras la pequeña muralla que separa los hogares, esa que memorablemente salté un domingo por la mañana. Eva me cuenta que su madre es una ama de casa aficionada con la jardinería de plantas carnívoras y que su padre casi nunca está en casa.

—Es director de fotografía —me cuenta—. Trabaja en la tele y cosas así.

—¿Hace películas? —pregunto desde la total ignorancia. Ella sonríe con calidez justa para no hacerme sentir una imbécil.

—Solo de nosotras cuando nos vamos de vacaciones.

—Necesito ver eso.

—Créeme, no lo necesitas.

Acordes para LilaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora