—¡Cale, por favor!
El gato tricolor sigue maullando encima de mi cama, deseoso de mimos y atención, ignorando mis órdenes convertidas en ruegos.
Cuando llegué a casa luego del colegio, Cale estaba muy echado frente a nuestra puerta, esperando la llegada de cualquiera que le ofreciera entrar. Papá está cansado de dejar abierta la ventana de la cocina y que el intruso pase sin más y arroje las especias al suelo sin cuidado alguno. Ahora, Cale tiene que entrar por la puerta como si fuera un humano más cuando alguno de nosotros llega, y eso no le gusta para nada.
Tendido sobre mi cama con la panza al sol, exige una atención que no puedo darle. Rezonga de manera aguda, como si lo estuvieran matando de hambre. Ya le he gritado tres veces que cierre la boca y me deje ensayar, pero no piensa cooperar.
Le doy un segundo cabezazo al piano cuando mis intentos por practicar se van a pique. Miro a Cale desde el escritorio, con la mejilla hundida entre las notas blancas y negras, como si él pudiera ser la solución al temblor de mis manos y la inseguridad que pinta mi voz cada vez que empiezo a cantar.
El gato estira sus patas y se voltea. Me mira desde la cama, con la cabeza torcida, y me lanza un maullido que suena como una invitación a que me relaje con él. Lo único que quiere es que lo acaricie. Su fachada de «ven, yo te contengo» es un engaño, uno muy convincente.
Sucumbo al sentimiento de tranquilidad que me transmite el muy traicionero, que se refriega contra mi pecho en cuanto me siento sobre la cama y se acurruca en mi regazo. Cale parece entender lo rápido que va mi cabeza y lo mucho que necesito detenerla, por lo que me mordisquea la muñeca hasta que dejo de rasgar las sábanas y poso ambas manos sobre su sedoso pelaje.
—Ya tienes lo que querías —le digo, como si me entendiera. Cale maúlla, suave, y ronronea contra mi palma—. ¿Cómo voy a hacerlo en la tarde si apenas puedo cantarte a ti?
El solo pensar en lo que sucederá en un par de horas me da un nuevo dolor de estómago. Intento contraatacar pensando en otra cosa, acariciando a Cale y tarareando La Cucaracha, pero nada me quita la sensación de que hoy será un desastre. Todo será un completo desastre, como yo.
Me estiro a tomar el teléfono sin mover demasiado a Cale de su cómoda posición sobre mis piernas. Le digo a mi cerebro que no le enviaré un mensaje a Eva cancelando nuestro encuentro en una hora, ni a Nez para decirle que, al final, no podré ir a las audiciones hoy. Solo repaso los chats para tener algo que hacer, sin escribirle a nadie, sin acobardarme al punto de demostrarle a alguien el miedo que me corroe.
Se supone que debo reunirme con Eva en una hora frente a la escuela. Es lo que acordamos cuando me escribió y pude agendar su número en plena clase de Biología, chillando para mis adentros. De más está decir que no entendí una mierda de lo que la profesora explicaba, aunque tampoco me preocupa demasiado. Me pasé la hora entera intercambiando mensajes tardíos con ella, contestando cuando no nos atrapaban.
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Acordes para Lila
Novela JuvenilLista de preocupaciones de Lila Cruz: 1. Su banda está a punto de disolverse. 2. La relación que tiene con su mejor amiga no es la mejor de todas. 3. Acaba de caer en el patio de una desconocida y lleva ropa interior de gatitos. *** La vida de Lila...