32 | Novias y novios no-oficiales

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Tengo las manos congeladas

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Tengo las manos congeladas. A pesar de que llevo guantes puestos, nada consigue hacerme entrar en calor, no con el frío que hace aquí afuera en la puerta del instituto.

Estoy atenta a la llegada de Nez o Eva, espiando a mi alrededor con la cabeza hundida dentro de la bufanda de lana y un gorro casi tapándome los ojos, pero no hay señales de ellos. Discretamente busco a Kat también y, cuando doy con ella a un costado de la puerta, acomodada contra un árbol mirando publicaciones matutinas de Instagram, aparto la mirada antes de que ella interprete mi atención como una invitación a acercarse. Ella no me mira, no se acerca. Como Nez no llega cuando abren la puerta, me apresuro a entrar antes de que se le ocurra encararme.

Aún no contesté a su mensaje. No sabía —no sé— qué responder. ¿Podemos hablar? Sí. ¿Quiero? Eso está en duda. Creo que aún me duele lo que me dijo, a pesar de que han pasado ¿cuánto? ¿Un par de semanas desde nuestra última interacción? Quizás necesito un poco más.

Sin embargo, voy tan absorta en esos pensamientos que no noto que camino directo hacia ella en las escaleras y me la llevo por delante en el descansillo. Katerine me observa con una mueca, pero cuando ve que se trata de mí, su rostro se suaviza con una rapidez abrumadora.

—Hola, Li.

—Hola.

No soy tan maleducada como para no saludarla, aunque me gustaría que no hubiera usado el apodo.

A nuestro alrededor, la gente comienza a amontonarse para subir. Profesores y alumnos nos chistan para que nos movamos, así que me apresuro a pasar frente a ella para cumplir las órdenes.

—Li, espera.

Llego al primer piso y me giro. Los demás se abren a nuestro alrededor como si fuéramos una roca en un rio. Nos evitan, nos ven mientras pasan. Algunos susurran cosas. Los ignoro a todos sin problema.

—Lila.

—¿Cómo? —pregunta, confundida.

No lleva maquillaje, por lo que su rostro se ve suave, delicado, y un poco demacrado. Las ojeras profundas bajo sus ojos me dan ganas de decirle que debería echarse una siesta, aunque ella preferiría arrojarse mucha base en la cara.

—Que soy Lila, no Li.

Katerine, quien antes hubiera protestado por mi actitud arisca en un mal día, aprieta los labios y asiente.

—¿Podemos hablar? No contestaste mi mensaje. ¿Tienes un minuto?

—No puedo ahora. —No quiero, en realidad. Estoy muy preocupada por la llegada tarde de Nez y la ausencia de Eva. Aunque ahora mismo cualquier cosa me parece más interesante que hablar con ella—. Quizás después.

—¿Cuándo?

¿Cuántas veces le hice esa misma pregunta yo y su respuesta fue una mentira? ¿Cuántas veces me dijo un día, una hora y un sitio y me dejó plantada?

Acordes para LilaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora