🔹Capitulo 7

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Sanemi Shinazugawa

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Sanemi Shinazugawa

Oscuridad.

Es lo único que me rodeaba, miraba a mi alrededor no había algo distinto, solo oscuridad, no distinguía siquiera el piso... De un momento a otro una pequeña luz apareció en el lugar segándome por unos segundos. Al mirar nuevamente, sentí mi sangre helar y mis piernas temblar. Algo se atoro en mi garganta, casi todo mi cuerpo temblaba.

Genya.

Mi hermano... Mi querido hermano estaba frente a mi, sin dudar me acerque rápidamente a él, pero, mientras más trataba de acercarme, él se alejaba. Lo llame pero él no respondía, fue hasta que lo vi morir frente a mis ojos que mi hermano me llamaba. Grite su nombre aun con lagrimas en los ojos.

Desperté.

Tenia todo mi cuerpo sudado y mi respiración agitada, mire a todos los lados posibles, pero no había nada raro. Fue solo un sueño, frote mis manos en mi cara tratando de relajarme.

—Maldición. —susurre.

Tome una linterna que estaba cerca mío, antes de prenderla use mejor mi tacto —el diario no estaba— pase mis manos por toda la tienda y no, no estaba. Pronto escuche unos ruidos cerca mío, salí con cuidado. Estaba demasiado oscuro, trate de prender la linterna que tenia —no funciono—.

—Sanemi..

—¡Ah!... Maldito imbécil, animal pendejo —trate de no hacer mucho ruido—. ¿Qué haces aquí Tomioka?

—Buscando el origen de ese ruido.

—Ah claro, pensé que podía toparme con alguien más pero no, tenia que ser con el emo de rostro fino.

—Rostro ¿Qué...? Da igual, no hagas ruido.

Susurro como ultimo antes de volver a seguir ese ruido, lo seguí con el ceño fruncido y maldiciendo entre dientes, hasta que al fin los vimos.

Los habitantes del imperio.

Eran cuatro en total y estaban hincados y llevaban unas extrañas mascaras de animales, los ojos de las mascaras brillaban del mismo color celeste, también tenían una cinta azul rodeando todo el brazo, como un tipo de vendaje muy elaborado. Hasta que al fin lo vi, uno de los nativos tenia el diario, llevaba una cabeza de jabalí y mostraba toda la parte superior, veía el diario de manera extraña hasta casi romperlo, como instinto lo detuve.

—¡¡Eh imbécil!! —salí del escondite y grite a todo pulmón—. ¡Regresame el puto libro!

Solo fueron unos segundos para que se pusieran a la defensiva y trataran de atacarnos, uno trato de golpearme pero fue detenido por la patada de Tomioka.

—¡A ver cuando empiezas a ser prudente! —exclamo.

—¡Ese maldito imbécil empezó! —señale al cabeza de jabalí.

El Príncipe De Un Imperio PerdidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora