Capítulo 12: Demonios

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Aun siento esa tristeza abrumadora caer encima mío como un océano de aceite negro y tóxico en el que finalmente me ahogo.
Hoy estuve pensando tanto en eso... En todas esas personas, en todos esos lugares... En todas las cosas que se encargaron de destruirme.
Ahora por fin tengo el tiempo suficiente para darme cuenta de que ya perdí todo. Es irónico cómo a veces ni siquiera tienes tiempo para darte cuenta de que lo que haces ya ni siquiera tiene sentido y solo has estado moviéndote como por inercia. Sin pensar, solo moviéndote, como un autómata.
Y lloré. Llevo años sin llorar, pero lo hice esta vez. Tampoco había tenido tiempo para percibir, sentir y entender mi dolor. También es divertido ver cómo hay gente que se encarga exclusivamente de que no seas capaz de expresar tus sentimientos... Todo lo que te hace tan inconveniente para ellos.
Me pregunto cuándo fue exactamente... El momento en que perdí esa última parte de mí que me motivaba a seguir avanzando...
Hay tantos recuerdos, hay tantos... Tantos...
Toda mi vida... Oscura, sin gracia... Muerta.
Y yo, aquí cayéndome a pedazos junto al mundo, que aunque era horrible, al menos ya hasta había aprendido a considerarlo mi hogar y mi única posible realidad.
Todos esos años de aislamiento, de negligencia, de abuso, de tristeza, de dolor, de heridas, de narcisismo, de inconsciencia, de hipocresía, de engaño...
Aun ahora, aun no puedo decir lo que tanto me gustaría decir.
Pero lloré hoy.
Lloré por todos los años de frustración y agonía. Lloré por mi vida.
Lloré por las veces en que le pregunté a Dios el por qué de las cosas. Lo llamé por su nombre, oré en su altar, esperé y fui fiel durante todos mis años de existencia... ¿Para qué?
Me encerraste aquí con estas personas. No tengo a dónde huir.
Me dan asco mis recuerdos, me hacen querer vomitar.
Y ni siquiera soy tan buena con las palabras.
Y todo al mi alrededor me lo recuerda. El dolor de cabeza y mis náuseas jamás se irán.
Quiero vomitar.
Ah, no, espera.
No lloré hoy.
No lloré porque otra vez me lo impidieron. Otra vez viniste a decirme lo problemática que soy. Lo correcto y bien portado que tú eres. No me sorprende que la gente se ría con tan solo escuchar tu patético nombre. No me extraña que nadie te tome en serio. Solo eres un payaso que hace lo que la gente quiere, para que te den algunas palmaditas en la cabeza como el perro que eres.
Pero bueno, si tú eres un perro, entonces yo debo ser un demonio.
Aunque tampoco es la verdad, porque yo me acuerdo muy claramente de la época en la que tú me dibujabas mientras yo bailaba con mis demonios. Me dibujabas mientras yo sentía cómo me perforaban el alma, cómo se burlaban de mí, cómo me trataban peor que a un animal, pero también cuando me reía o sonreía.
Ahora me tienes miedo, ahora le dices a todos lo mucho que te molesto. Ahora solo haces lo imposible para que me aleje de ti y de las personas que conoces... Ni siquiera tienes el valor de llamarlos tus amigos. Antes tú y yo sí lo éramos, pero ahora me gritas que me calle, me empujas para que me aleje y me pides que desaparezca.
Y repentinamente me dices que me acerque, que no puedes vivir sin mí, que solo yo puedo darte la fuerza que necesitas para odiar al mundo y seguir adelante.
Yo ya no sé qué esperas de mí.
Yo ya no tengo un lugar al que volver; toda mi vida está rota, respirando fuego y cenizas.
¿Cómo te atreves a venir a decirme que cambie porque ahora resulta que sí me quieres de vuelta?
¿Cómo voy a saber que eso está bien cuando nunca nadie me ha querido de una forma consistente y segura? Cuando en realidad... Todos se van... No le importo a nadie... El amor es... Irreal y cambiante...
Y aun así pretendes que yo crezca, y que aprenda a hacer las cosas que ni tú sabes hacer.
¿Por qué lo intentas cuando ya sabes que llevo toda mi vida sintiéndome sola?
Porque ni siquiera tú te quedaste conmigo...
Y por eso voy a seguir gritando... Hasta que alguien me escuche.

-Sombra

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